Argentina Casanova
Cuando leí el texto de Valeria Luiselli
a quien no tenía el gusto de conocer (textualmente), salvo ese día que apareció en la lista de
tuits que me son visibles por seguir la cuenta de El país, desde el principio
me pareció un poco confuso y finalmente banal en su contenido. De esos textos
que lees de un vistazo y no te detienes porque no hallas algún concepto que
genere interés, solo me detuve un poco aunque sin profundizar, cuando daba su
opinión sobre el feminismo y su conclusión de lo que –desde su óptica- tendría
que estar planteando, me quedé como cuando leo las opiniones de otras
compañeras feministas o mujeres que no se asumen feministas y opinan sobre el
feminismo, con la idea de que era su forma de ver y hablar del tema,
simplemente elegí no compartir el artículo que es como muestro la empatía con
las ideas del o la autora.
El comentario de Valeria, quedó en el olvido para mí hasta encontrar un
tuit publicado por la cuenta de @juristasunam que decía: <
El
feminismo censor, autoritario y victimista, hizo de @ValeriaLuiselli su nueva
enemiga >;
;.—@Bvlxp,
http://ln.is/www.juristasunam.com/mbp8I …
Provocador el tuit, me llevó a entrar a leer el
comentario que se resumía a tres o cuatro párrafos que bastaron para que el
autor construyera su argumento, y amparado en una cuenta de tuit que no revela
su identidad (aunque más tarde miré en su perfil y hallé más elementos
interesantes para este comentario).
"El feminismo censor, autoritario y
victimista, preocupado por cuántas mujeres hay en un panel, por si tal canción
es machista y no por las mujeres que el mundo devora todos los días: las
mujeres migrantes, las mujeres indígenas acusadas injustamente, las profesoras
humilladas en Oaxaca por la CNTE."
Mi primera reacción es preguntarme ¿a cuánta gente
ha victimizado el feminismo?, ¿a cuántos impone su autoritarismo?, ¿puede
imponer alguna autoridad quien no la tiene?, quizá equivoca sus palabras porque
sí existen intervenciones feministas que reproducen estructuras discursivas
patriarcales para hablar de sus ideas, al pretender imponerlas como únicas,
válidas y universales, bajo un canon religioso-dogmático de la solución que ha
funcionado a sí misma y que seguro funcionará para todo el mundo.
Salvo esas excepciones, cuando leo a feministas no
encuentro esa estructura discursiva, más bien y de ahí el gusto y el placer de
la lectura a la teoría feminista es que se plantean siempre estructuras
narrativas diferentes, exploran y cuestionan y prácticamente “desmenuzan” el
planteamiento antes de llegar a cualquier conclusión en la que finalmente
exponen no es una conclusión sino una forma de ver lo que han decidido estudiar.
Tengo marcado en amarillo frases enteras o palabras
que son un asomo del discurso patriarcal en algunas autoras que abordan
temáticas feministas (en mis propias reflexiones lo hago), me gusta pillar esas
formas, y pensar que el planteamiento evidencia que no se incorporan o conoce
enfoques diferentes (ejemplo, las que exponen
las posturas a favor de la prostitución sin mencionar ni conocer al menos a
alguna abolicionista), pienso que quizá en la traducción –cuando se trata de
textos en inglés- se ha perdido mucho, o simplemente la posición histórica de
quien lo enuncia influye en esa percepción con la que puedo discrepar.
Pienso -como cuando leí el texto de Sandra Harding,
¿Existe un método feminista?, sobre
investigación y género, cuando dice que sí hay hombres feministas, cito: “Si
los hombres son formados por las instituciones sexistas para valorar la
autoridad masculina como de mayor rango, entonces algunos hombres valientes
pueden aprovechar ese mal y emplear su autoridad masculina para resocializar (reeducar)
a los hombres”, frase que me dio vueltas en la cabeza, por días, hasta que una
noche de la nada me quedé en silencio –en otro ambiente, personas y situación
(comía un esquite con amigas frente al malecón de Campeche)-- y dije en voz
alta: efectivamente, no hay hombres feministas porque el concepto hombre, es una representación fonética de la construcción
dicotómica-patriarcal-generizada, sería algo así como un oximorón.
Ya traía en la cabeza la idea de reflexionar sobre
este punto, es mi enfoque sobre el sistema patriarcal, como un sistema dominante
inserto en el lenguaje, en la estructura del discurso social y en los discursos
enunciados, que son a la vez reflejo de cómo estructura sus pensamientos y se
apropian de la realidad. Por ello creo que la transformación de la realidad de
violencia contra la mujer tiene que empezar por la modificación de las estructuras
lingüísticas.
Iba por la idea de escribir un texto desde el
asunto de la Filey (La foto anexa explica el punto), a razón de que leí en el
muro de “Facebook” de un conocido que a él “la publicidad de la Filey no
cometió un error. Está mal hecha. Debió ser (…)” y propone una idea que hace
alusión a despertar la curiosidad por autores y autoras entre quienes hubo una
relación o textos eróticos. Su reflexión me llevo a pensar que efectivamente
para la mayoría la publicidad de la Filey no tenía “nada de malo”, y claro que está
bien, es decir, si escribes y piensas desde una lógica discursiva que es la
única que conoces, aceptada y hegemónica, que ha sido válida en una sociedad
patriarcal y un canon literario y de las artes patriarcal, es claro que no pueda entender lo que vemos
las personas que adoptamos otra mirada –los enfoques feministas- que la
publicidad además de ser un pésimo producto comunicativo como anuncio de una
Feria de Libro, presente una imagen que dice mucho, y además vaya acompañada de
una frase de violencia, control y sometimiento, subyugación y dominio... de la
misma forma este artículo no puede entender lo que se cuestiona desde la mirada
feminista, pues no, no lo puede entender instalado en el discurso hegemónico.
[Aclaración no pedida e innecesaria…
“Castígame, pero déjame leer”, es el símil del popular “pégame, pero no me
dejes”; el lenguaje no es inocente, está cargado de significados. Se elige una
construcción sencilla con carga simbólica, lleno de significados (respecto a la
violencia contra la mujer naturalizada en el mundo y especialmente con
catastróficos resultados en México, debido al machismo y la misoginia que se
traducen en el asesinato de 7 mujeres diariamente en el territorio nacional y
en que al menos 5 de cada 10 mujeres hayan vivido violencia física de algún
tipo y al menos 7 de cada 10, vivieron violencia sicológica, además de los
altísimos números de violencia sexual contra niñas y mujeres), hace alusión a
la presunta actitud de las mujeres que
viven y aceptan una vida de violencia antes que quedarse solas y que en el
imaginario social se debe a que: 1) les gusta que les peguen, 2) son flojas y
no saben trabajar y prefieren que las mantengan, 3) son masoquistas, 4)Aceptan
la violencia como una forma de vida porque el castigo es lo que merecen las
mujeres si no cumplen con los parámetros del deber ser femenino conforme a las
estructuras de género.]
Y aquí cito a Drucila Cornell que plantea:
"Demandamos que los daños que eran
tradicionalmente entendidos como parte del comportamiento inevitable que hacía
que "los muchachos tienen que ser muchachos", tales como la violación
en una cita amorosa o el acoso sexual, sean reconocidos como serios actos
lesivos contra la mujer. Para hacer que estos comportamientos parezcan actos
lesivos, las feministas luchan para que "veamos" el mundo diferente.
El debate sobre qué tipo e comportamiento constituye acoso sexual se vuelve
como el sistema legal "ve" a las mujeres y a los hombres. Debido a
que el feminismo convoca a que re-imaginemos nuestra forma de vida de manera
que podamos "ver" de otra forma, él necesariamente involucra apelar a
la ética, incluyendo el llamado para que modifiquemos nuestra sensibilidad
moral".
Las herramientas del amo, nunca destruirán
la casa del amo (Audre Lorde)
El feminismo no es censor, autoritario ni
victimizante, en cambio sí lo es el lenguaje. El pensamiento estructurado desde
la sociedad está hecho como un rompecabezas de conceptos y nociones de hegemonías
discursivas patriarcales en el que prevalece la autovalidación y la
descalificación del otro, confiriendo a ese "otro discurso” cuando se atreve a confrontarlo.
¿Cómo lo hace? al principio fue desacreditando a la
fuente, restándole el valor a quien emitiera un discurso confrontativo,
denominaba al otro como opuesto y en consecuencia dicotómica, el malo, y una
forma más empezó a ser al conferirle las características que le son propias al
sistema patriarcal. Algo así como el sujeto que grita “al ladrón, al ladrón”,
apuntando hacia alguien en su espectro mientras se robaba la fruta en el
mercado.
En relación con el lenguaje, las mujeres no
poseemos un idioma distinto pero no se trata de cambiar la enunciación
fonética, ni el orden de las consonantes –que no es eso lo que queremos,
(pueden quitarse la preocupación puristas del lenguaje, aunque las lenguas
vivas están en constante cambio y solo las lenguas muertas son inmodificables)-
no, lo que en realidad advertimos y así lo plantean muchas autoras desde enfoques
sicoanalistas, lingüísticos, de la literatura, la poesía, etc, va hacia descubrir
una forma de nombrarnos a nosotras en el lenguaje, enunciarnos, vernos para
empezar a hacernos visibles. “Lo que no se nombra no existe”.
Pienso que también se trata de construirnos nuevos
puentes lingüísticos, o más exactamente, nuestras estructuras mentales en la
apropiación de la palabra, y para construirlo requerimos de nuevos caminos y
formas comunicativas y de estructuras mentales. Para mí eso significa que no es
la palabra lo que ha de cambiarse sino la estructura mental con la que la
enunciamos y pensamos, el camino que por siglos ha recorrido el pensamiento
para configurar la palabra.
El feminismo no es censor, autoritario ni
victimizante, lo es el lenguaje, el pensamiento estructurado desde y en la
sociedad de hegemonías discursivas patriarcales que descalifica a quien lo
confronta, confiriendo a ese "otro" discurso cuando se atreve a oponerse
erigiéndose (el feminismo) el derecho a la voz y ser discurso.
La descalificación se da al conferirle características
que son propias al sistema patriarcal.
Entonces, el primer paso –creo- empieza por
identificar los elementos del discurso patriarcal: es hegemónico, jerárquico,
descalificatorio del otro, se erige como el único válido, cierra la discusión
al desconocer la condición de interlocutor al otro, es aleccionador, apologético, evangelizador
desde la imposición y dogmático.
(Entendiendo el discurso religioso, evangelizador y
dogmático como la imposición que se pretende a partir de la creencia desde la
enunciación de un “yo validador y suficiente”, esto me sucede cuando hablo de
lo bien que hace la natación, erigida en una práctica de características
sanatorias, insisto a quien se deja, de los maravillosos efectos que tiene la
conversión a la natación, e identifico los elementos del discurso aunque no sea
con el mismo fin que una disertación de fe.
Una vez identificada la estructura discursiva
patriarcal, podremos desmenuzar sus partes más pequeñas, las palabras y los
significados -incluso los silencios-, los tiempos en los que hablamos las mujeres,
los temas y cómo los hablamos. Pensarnos a nosotras mismas, hablar de nosotras
y escucharnos, hacer una nueva forma de convivencia social y de comunicación
que no imbrique el sometimiento de las mujeres y, –como plantea el feminismo-
de ninguna persona.
< Ingrata,
no me digas que me quieres >
Ahí por los 90´s cuando sonaba la canción “La
planta”, apagaba la radio. No me sentía cómoda escuchándola ni cantando algo
así, como tampoco me sentía con Mátalas,
y con muchas otras que me hicieron darme cuenta que las interiorizaba para
entender el amor romántico como una catástrofe irrenunciable. Sin embargo en mi
propio tiempo las resignifiqué aunque elijo –por ejemplo- con todo mi gusto por
Ely Guerra, nunca jamás volví a escuchar “El duelo”, caí en cuenta que al oírla
pensaba que sí, que a veces el amor duele… ¡Auch!
El gesto de Café Tacuva fue bien visto y mal visto,
pero poco analizado en algún texto –no he encontrado algo publicado con un
análisis profundo desde la mirada feminista, sin embargo sí por personas que
buscan desacreditar y para denostar al feminismo argumentando que nos hemos
convertido en las censoras de todas las expresiones (eso me ha puesto a
trabajar en un texto sobre el arte y la violencia).
De entrada, pienso que las feministas no queremos
ni necesitamos andar recordando a las personas que “fomentan la violencia con
sus discursos”, que sería innecesario tener que andar diciéndolos y que por
supuesto nos quita muchísimo tiempo meternos a una discusión por esos temas,
más cuando la Conadic hace un anuncio radiofónico en el que se criminaliza a la
víctima de una violación (busque por la red la disculpa pública). Demasiados
frentes en ¿una batalla? en la que nosotras –las feministas- partimos de que es
compartir la mirada y las herramientas de análisis para una forma distinta de
pensar en el que se viva en una sociedad de respeto y de invitación a
cuestionar el pensamiento hegemónico.
No tendría nadie que decirle a otra persona, “oye, tienes
cadenas-estructuras del pensamiento que te hicieron pensar que las mujeres
disfrutan ser golpeadas y violadas porque no son personas, sino cosas que
puedes destruir ¿no te gustaría romper esas cadenas?”
En cambio, todo lo reducen a “son unas censoras,
autoritarias y victimistas”. Claramente la persona que lo enuncia hace un uso
simplista y por supuesto intencionado de las palabras.
Confunde el empoderamiento y el ejercicio el poder
con el autoristarismo, que tampoco es lo mismo que “autoridad”, me quedo con el
que sí, ejercemos poder desde nuestras intervenciones, una forma de poder nueva
a la que no están acostumbrados, y si bien en el ejercicio de la autoridad aun
las mujeres no podemos sacarnos un esquema de convivencia –el único que hemos
aprendido es la verticalidad y apenas estamos aprendiendo la horizontalidad que
se quiebra al primer miedo de que alguno de los elementos se aproveche del
colectivo, en cambio el ejercicio del poder estamos construyéndolo desde otras
dimensiones.
Pero si de algo nos sirve, el poder nuestro, es el
poder del discurso feminista nos empodera ciertamente pero también nos plantea
otras perspectivas, nos lleva a aprender a escucharnos a nosotras mismas por
primera vez, y a ejercer el poder desde nuevas dimensiones. El poder por sí
mismo no es sinónimo de opresión, y para entenderlo nos sirve explorar lo que dice Michel Foucault, y que me
suena a una caricia como el susurro el viento en el oído:
¿El poder puede ser abierto y fluido, o es
intrínsecamente represivo?
El poder no debe ser entendido como un
sistema opresivo que somete desde la altura a los individuos, castigándolos con
prohibiciones sobre esto o aquello. El poder es un conjunto de relaciones. (…)
Ejerzo poder sobre ti: influyo en tu
comportamiento o intento hacerlo. Intento guiarlo, conducirlo. Y la manera más
sencilla es, obviamente, tomándote de la mano y obligarte a que vayas a donde
quiero. Ese es el caso límite,el grado cero del poder. Y es precisamente en ese
momento en que el poder deja de serlo y se convierte en simple fuerza física.
Antes de cerrar el tema, el autor del mencionado
comentario publicado en una página denominada JuristasUnam, contribuye a
confirmar que quienes construyen discursos contra el feminismo, son en realidad
personas racistas, violentas, discriminadoras y que no toleran la propuesta reflexiva
desde el feminismo de que las mujeres son personas, que tenemos derecho, en cambio
es eviente –desde mi experiencia- que asumen discursos opuestos al feminismo personas
que piensan que la violación, la trata, el feminicidio, el acoso callejero, la
violencia simbólica y el sexismo, no es violencia.
Esta creencia encuentra tierra fecunda en el autor
del texto antifeminista, revisando su perfil de usuario en tuiter, en el cual
aparece como @Bvlxp Petit Prince (Pequeño príncipe del tuit), en su perfil
asume una postura política con respecto a los derechos humanos, pero también
sobre las mujeres y la población indígena. Por supuesto pueden alegar que es
libertad de expresión y sí porque así fueron enseñados a pensar y para ellos
está bien.
Yo me quedo con la
importancia de que construyamos diálogo desde otra forma de discurso, no
el que hay, hegemónico, patriarcal, validado en el conocimiento científico y
vertical, sino desde uno que se contraponga a sí mismo y construya una voz que
confronte sí al discurso hegemónico, a sí mismo y empiece a escucharse a sí
para agenciarnos la palabra escrita como una práctica de la construcción del
pensamiento y la reflexión feminista.