El tendedero

martes, 18 de marzo de 2008

El pecado de ser Eva

“…primero los ojos, que tanto habían deseado todas las suntuosidades terrestres; luego las ventanas de la nariz golosos de las brisas tibias y de los aromas amorosos después la boca que se había abierto para la mentira, que había gemido por orgullo y gritado en la lujuria; luego las manos que se deleitaban a los contactos suaves y, por último, en la planta de los pies, tan rápidos antaño cuando corría hacia la satisfacción de sus deseos, y que ya no andarían.”
Flaubert, Madame Bovary,

La literatura, entre otras cosas, tiene la virtud de captar la realidad y de ahí su universalidad; es en ella donde podemos apreciar cada línea del contorno que forma el retrato de la humanidad, y al mismo tiempo de las pasiones más profundas, de las emociones y de las conductas de los hombres y las mujeres, o cómo son vistas a través de la historia desde el discurso de quien escribe. Esa es una de las razones por las que hoy día haya una crítica feminista orientada al análisis de los textos escritos por mujeres, pero también de lo que los hombres han dicho de ellas. El epígrafe al inicio corresponde a una de las novelas más importantes que simboliza la confrontación de la mujer con la sociedad y con los preceptos morales establecidos: Madame Bovary, de Gustave Flaubert, escrita a finales del siglo XIX, donde nos esbozan la estructura mental de una sociedad que ve a la mujer pecadora por su capacidad de disfrute, por permitirse ir más allá de lo que se espera de aquella; apreciarlo así nos enseña que la posibilidad de una feminidad sojuzgada no corresponde a aspectos biológicos, sino que está sustentada en lo social, en lo cultural pues.
Aunque en la actualidad sobra quienes digan que no es posible hablar de la búsqueda de una igualdad, e incluso se ha sustituido el término para mayor precisión, de “equidad”, es interesante revisar lo que se ve desde la perspectiva de género que busca atender una realidad en la que las mujeres, todavía deben luchar por hacerse de un espacio en un mundo que las segrega, las margina, e incluso las deja sin posibilidades de competir o aspirar a una sociedad en la que las diferencias se conciban sólo como algo biológico y que no necesariamente deban repercutir en lo social.
Martha Lamas, en “El Género”, dice: “….la argumentación biologicista, si bien reconoce que es perfectamente plausible que existan diferencias sexuales de comportamiento asociadas con un programa genético de diferenciación sexual, estas diferencias son mínimas y no implican superioridad de un sexo sobre otro. Se debe aceptar el origen biológico de algunas diferencias entre hombres y mujeres, sin perder de vista que la predisposición biológica no es suficiente por sí misma para provocar un comportamiento.”
Entender esa diferencia física es a partir de la cual podemos comprender en lo general el universo femenino, es imposible no asociarlo con la concepción que ella misma tiene de su identidad, su individualidad y la concepción del universo a partir de esa habitación corporal que le permite transitar por el mundo.
El cuerpo de la mujer no termina en su propio horizonte, se extiende más allá en los ascendentes y en los descendientes; ellas se prolongan así mismas en el cuerpo de la madre y los hijos. Sobre esto, sostiene la crítica feminista Nina Baym, “las mujeres no logran separarse de sus madres porque las madres tampoco logran separarse de ellas, lo cual da como resultado que la frontera entre el yo y los otros se vuelva fluida”.
El cuerpo es ese flujo por el que se extiende la historia personal, pero también la de la familia ascendente y descendiente, es el hilo conductor de sus historias, y es la liga con la sociedad que tiene un discurso preconcebido hacia ella, hacia sus formas, la tersura de su piel, e incluso de su sexualidad. Y esas historias se tejen con las palabras aprendidas y de discursos escuchados.
¿Entonces porqué la mujer lucha con tantos fantasmas para liberarse de ideas castradoras, respecto a su desarrollo personal, a su libertad, individualidad, e incluso en su concepción de mujer-completa?
Si recordamos que no hay expresión del cuerpo que no esté mediada por las estructuras lingüísticas, sociales y literarias, entendemos porqué es en el lenguaje mismo en el que podemos encontrar –como en Madame Bovary- la construcción mental que se hilvanó en una sociedad respecto a lo que era lo femenino. Una vez más la relación de la sociedad con la mujer es mediada a partir de lo que se dice de ella, de su cuerpo, de su forma de pensar y de lo que su entorno espera de ella.
Ahí radica la explicación, que no razón, de porqué existe en el idioma que hablamos tantas expresiones que sintetizan perfectamente la misoginia, la discriminación, pero sobre todo el odio de algunos hombres hacia las mujeres. No las repetimos aquí para no darles más eco, pero sobradamente las hemos escuchado a lo largo de la vida en forma de refranes, malos chistes, o simples sentencias.
Están las canciones, los anuncios publicitarios que en un lenguaje visual sintetizan esa nube de palabras y de expresiones que han enseñado a la mujer a mirarse a sí misma de tal o cual forma, a creer que debe ser perfecta, esbelta, ¿femenina?, buena madre, hacedora de hijos, buena empleada, calladita y bien portada, conformista, y/o agradecida con los hombres que les “dan espacios”, y ese cúmulo de mensajes son los que le dicen a la mujer cómo debe ser, y como escribíamos -en este espacio la semana pasada-, hasta nos han dicho lo que es y lo que debe ser lo femenino.
Entonces ¿cómo se producen los cambios? Fue hasta que una mujer “loca” se le ocurrió ponerse pantalones que lo femenino nada tuvo que ver con la ropa; y fue cuando muchas mujeres pelearon por el derecho al voto, que la ciudadanía dejó de ser solo para los hombres; antes éramos una especie de eterno menor de edad que necesitaba del permiso del padre y del esposo para decidir sobre sus bienes y de su vida. Hasta que se produjeron esos cambios, lo normal era lo anormal hoy. Mujeres que solo podían usar faldas y sin derecho a opinar en la vida política de sus países. Personas a medias.
Antes, como hasta hoy, se nos ha dicho lo que debemos ser y lo que no es bueno ser, lo que conviene ser cuando se cosifica; pero por eso la sociedad misma concibe dos tipos de mujeres: las buenas que están en casa, y las malas que están en la calle. Así, también entendemos porqué una mujer sola, es una mujer que no vale; la divorciada es la que ya está “usada” y en el ideario masculino es la que no pierde nada con un acostón, la soltera joven es la presa de cacería, y la soltera adulta es la peligrosa.
¿Y en todo esto, qué tiene que ver con Eva? Si, fue ella, la gran pecadora, la mano culpable que otorgó la manzana al buen Adán, la malagradecida que salió de su costilla y le causó la perdición… la expulsión del paraíso.
De lo que hablamos hoy día, no es de una igualdad superflua. No, se busca reconstruir la identidad de la mujer desde una realidad en la que ella se vea a sí misma sin todas esas etiquetas, y desde luego que sus diferencias las establezca a voluntad, no por la inercia de una sociedad en la que la maternidad propia del cuerpo femenino sea razón de diferencias que le resten posibilidades de desarrollo.
Se trata hacer el tejido social que permitió otros cambios, para bordar un tiempo en donde ese cuerpo que la hace distinta no la condene. Un cuerpo que no le represente el pecado de ser mujer. Email: argentina_casanova@yahoo.com.mx

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