QUINTO PODER
La tierra de (y) los indígenas
Argentina Casanova
He venido a estar triste, me aflijo.
Ya no estás aquí, ya no,
en la región donde de algún modo se existe,
nos dejaste sin provisión en la tierra,
por esto, a mí mismo me desgarro.
Ya no estás aquí, ya no,
en la región donde de algún modo se existe,
nos dejaste sin provisión en la tierra,
por esto, a mí mismo me desgarro.
Netzahualcóyotl/Estoy triste
Hoy día México vive un momento aciago para los
pueblos originales, con menos popularidad que otros temas de derechos humanos,
y quizá con menos defensa desde lo académico y el activismo mediático, el
desplazamiento de los pueblos originales de sus tierras ancestrales es y ha
sido una constante que hoy se agudiza bajo el argumento del bien para todos y
el bienestar común del país. Una vez más son los pueblos indígenas los que
deben “ceder” y a quienes se les despoja bajo los argumentos, por curioso que
parezca, por las mismas razones que hace 400 años se les ponía en encomiendas:
por su “condición de no saber lo que es lo mejor para ellos, para y por el país
que necesita de ellos.
A pesar de ser una discusión que por lo añeja parece
desgastada, no se agota. Mucho de lo mismo y el argumento de siempre, aunque
parezca necedad, en gran medida porque nos hemos acostumbrado a mirar por un
lado lo “indígena” como los pueblos originales que en el discurso institucional
CDI-Turismo, instancias de la mujer, etc, son prioridad, pero en la práctica
solo justifican que algo se hace, pero sin modificación de su entorno y el
entorno mismo que ellos representan.
Slavoj Zizêk con respecto al uso discursivo de la
tolerancia frente a los pueblos originales, que bien en México sirve como una
forma de aceptar la condición de pobreza y marginación como inherente a su
condición de indígenas. Es precisamente la violencia indirecta tanto en su
forma estructural como cultural, por ser precisamente los pueblos originales
los que viven condiciones de pobreza resultado del sistema social imperante,
traducido en injusticia producto de la desigual distribución de la riqueza en
el país, pero también por ese matiz cultural que agrupa las costumbres, ideas y
creencias que están arraigadas en la sociedad y que van en contra de la
dignidad de los pueblos nativos.
No es una particularidad de México, ha estado
latente en toda Latinoamérica y forma parte del pensamiento ambivalente que
desde el período pos colonialista, por un lado identificando a lo extranjero
con lo mejor y por otro, asumiendo que lo indígena representa la raíz, pero una
que a veces parece querer desaparecerse o al menos matizarse con maquillaje de
la tolerancia o las políticas públicas que tienden a convertirse en formas de
control y asimilación.
En México el proceso no ha sido muy diferente, en
Argentina, Sarmiento abre explícitamente una política drástica que se sintetiza
en Facundo,
que aparece de manera constante en otros países en distintas épocas, más o
menos disfrazada y en otras veladamente bajo argumentos de “asimilación”,
“integración”, “incorporación”, hasta los eugenésicos conceptos de
“blanqueamiento”, no es casual que en México persista la expresión de “mejorar
la raza” cuando se da un proceso de mestizaje con personas extranjeras o cuya
piel es de un tono más claro.
Dramática la historia de los pueblos originales
ligada siempre al desplazamiento y el despojo, desde la historia de los pueblos
Quilmes en la colonia y del Chaco recientemente, en Argentina, la denuncia de
los guaraníes en Brasil hace unos meses de envenenamiento del agua, hasta la
amenaza en México de los sobrevivientes Tarahumaras de cometer suicidio
colectivo ante la condición de pobreza y marginación que viven, frente a la indiferencia
criminal de quienes consideran que viven así porque son borrachos, porque no
quieren mejorar e incluso que deben aceptar renunciar a sus tierras por el
“bien común” del país.
La integración como se llamó durante el siglo XIX
no difiere en términos ideológicos a los argumentos y razones que se exhiben
hoy día para justificar el despojo y desplazamiento de las tierras de cientos
de pueblos indígenas en la sierra de Guerrero, Oaxaca, en Veracruz, Hidalgo,
Nayarit, San Luis Potosí, Chihuahua, Michoacán y muchos otros donde la minería
canadiense, los proyectos de energía eólica con su engaño de “energía limpia”
para el mundo, los megaproyectos turísticos con capitales extranjeros, y una
larga lista de intereses bautizados bajo el “bien de la nación”, en los que se
pretende abolir la diferencia en aras no de una igualdad en los derechos, sino
la de privar del derecho ancestral y la
noción de la tierra sagrada dentro de la cosmogonía de los pueblos.
No es un problema particular de México, está
latente en el mundo entero, se empezó a visualizar en forma global merced la
película “Avatar” en la que la representación de la tierra quedó en el ícono de
un árbol de vida que guarda el equilibrio y hace posible la vida. En la ficción
se resume la realidad de los pueblos ancestrales que hoy día defienden sin ser
comprendidos y algunas veces en la encrucijada de ceder y vender sus tierras
y/o pelear en su defensa en una batalla que las más de las veces la emprenden
en soledad. Salvo Wirikuta, que generó una rápida y efectiva respuesta, el
resto de los territorios ha sido víctima del capitalismo salvaje global y las
políticas de sacrificio investidas en bien común de los gobiernos en turno. Y
poco se sabe en los medios de mayor difusión de esta otra batalla que continúa,
otra realidad que viven mexicanas y mexicanos, y que históricamente han sido
los sin voz.
Y ellos, apenas desde la resistencia
histórica-actual, resistiendo al avasallante mundo globalizador desde la
conciencia y la defensa hasta la integración lenta desde una cosmogonía propia,
que el mundo exterior insiste en unificar sin considerar las diferencias sino
homogenizando, sin atender ni pretender mirar los procesos de colonizaje y
dominio que son en gran medida –como en el caso de la desigualdad histórica que
vivene las mujeres- condiciones que no posibilitan la igualdad simple, sino que
ameritan mirar desde la igualdad sustancial.
La tierra para occidente es la conquista, la
propiedad, la zona de donde se puede obtener recursos, qué lejos estamos de entender
y comprender, o si quiera conocer la noción del que le habla a la tierra, de
quien le pide permiso para cortar un árbol, para tomar sus recursos en el
equilibrio, para mediar la relación con la tierra. Aunque hoy día escuchamos
insistente el discurso de “necesitamos más recursos para continuar esta cadena
incesante de consumismo y mantener el sistema productivo”. La pregunta es ¿hasta
dónde? ¿cuánto más soportará la tierra?, hoy vemos morir los lugares sagrados
en aras del progreso y su explotación de los recursos, la muerte de la tierra
desde la cosmogonía de los pueblos originales.
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