El tendedero

miércoles, 25 de septiembre de 2013

QUINTO PODER: El otro

QUINTO PODER

El otro

Argentina Casanova

Además hace ya 10 años, doctor
que yo no tengo nada en las manos para ofrecer a mi pueblo;
únicamente una manzana roja.
Nazim Hikmet/ Angina de Pecho


El sistema sabe usar muy bien los modelos –aunque caducos y desgastados- de manipulación de las masas. El mejor ejemplo lo tuvimos recientemente en el odio exacerbado y manipulado vía algunos medios de comunicación que animaron a mirar a los maestros como los indios, flojos, pueblerinos que llegaban a ensuciar el zócalo, que “afeaban” el paisaje urbanístico; esta postura no fue sino resultado de una simple estrategia de satanización del otro, hasta convertirlo en el enemigo. Usando las más simples estrategias de desacreditación de la fuente, sin importar el discurso, solo desacreditar a la persona o sujeto generador del mismo.

Desde hace años he sostenido que el rechazo a los maestros de Oaxaca y Guerrero, como de los normalistas de todo el país tiene más su origen en una fobia hacia todo lo “moreno”, o lo que es lo mismo, todo lo que viene de ahí, del pueblo silvestre, el bárbaro que llega a la ciudad-civilización, en ese añejo y confrontativo discurso de la barbarie frente a la civilización y que encuentra magnífico caldo de cultivo en la ignorancia supina de quienes miran esos medios de comunicación, pero también de la predisposición casi natural hasta ser una característica de la población mexicana: su discriminación, el síndrome del escalón siguiente. Esto se traduce en argumentos más o menos así: puedo ser el más jodido y pobre pero “soy de la capital y vienen los sucios maestros provincianos a arruinarnos nuestra ciudad”.
Aceptamos las desigualdades en función de que ese otro es un jodido. Aceptamos, entendemos y hasta justificamos que han de estar pobres porque vienen del campo, porque son indígenas, porque no estudiaron, porque nacieron sin estrella, porque son flojos y por algún extraño sino familiar de pobreza generacional. Pero pocas veces nos planteamos la posibilidad de que esa desigualdad social no es necesaria, y lo que es peor, que precisamente nos habla de que la pobreza de unos, es el resultado de los excesos de otros, del acumulamiento exagerado, del consumismo absurdo en el que como sociedad nos hemos enclavado sin admitir ni considerar que podemos tener vidas diferentes sin acumular de manera excesiva cosas que van más allá de nuestra capacidad de disfrute. Si yo tengo, no me preocupo por cuántos no tienen. Y si en algún momento alguien me dice que debo preocuparme, para eso existe la filantropía hipócrita que lava mi conciencia. Nunca he entendido cómo en un país que se dice 80% católico la noción del “amor al prójimo” es casi letra muerta. Lo mismo aplica para el resto de las prácticas religiosas.
Lo complejo del tema es que está íntimamente ligado con la noción del otro a quien no puedo entender, de quien no me ocupo, excepcionalmente, pero que también pocas veces se ocupa de mí. Y el resultado es un país en el que hay distintos frentes, todos divididos entre sí y pocas veces conciliados, porque yo puedo salir a protestar porque le han subido el impuesto a la comida de mi perro, pero no soy tan jodidamente pobre como para salir a protestar porque le suban el precio a la gasolina. La realidad es que nadie ha protestado por el combustible porque los que tienen auto no se bajan de él para ir a caminar en una manifestación, y los otros, los que viven el efecto del alza en el precio de sus alimentos por los constantes aumentos en los combustibles no saben bien por dónde va la causa. Y entonces México es un país de múltiples problemas fragmentados en distintos grupos, todos entre sí sin un elemento común –eso es lo que creen- por eso no se unen y no hay capacidad de integrar un reclamo.
El otro aparece como extranjero, como inmigrante, como delincuente, como enemigo. De ahí mi interés –sin ser abogada- por el tema del derecho del enemigo, que no es sino ese “otro” que se ha salido del sistema. El otro que a ojos de Foucault es el “loco” o igual puede ser el que se ha salido del sistema, o quien se resiste a sujetarse al mimo. El tema reincide en la teoría feminista con el concepto de la escisión como resultado de esa sensación que experimentan las mujeres de un sentido de no pertenencia a la realidad que les ha tocado vivir, de una sociedad en la que ellas no son personas completas y ni siquiera se las enuncia en el lenguaje. En la que ellas se buscan a sí mismas, en la que apenas estamos en proceso de construcción de nuestros propios discursos, de la propia voz, de recuperación del cuerpo y de la desmitificación para descubrir en el sentido de quien quita un velo que oculta, al inconsciente femenino.Un mirarse como "otra" que no sea desde los ojos del patriarcado.
El concepto de la “otredad”, es el camino, es el reconocimiento de esa interpelación que produce en el yo el mirar todo a partir de descubrir que no estoy solx. Pienso en el momento en el que el primer hombre o la primera mujer se encontraron, en el instante el que descubrieron que no estaban solxs. Pensemos en Robinson Crusoe cuando sufre el vértigo y la ansiedad descubriendo el par de huellas en la arena de otro ser humano. Ese momento en el que sabemos que hay un “otrx”.
Un otro que no soy yo, y que me va a permitir un auto reconocimiento de lo que sí soy yo. El proceso es fundamental porque cuando reconocemos la existencia de un otro, nosotrxs mismas asumimos nuestra identidad. Nos damos cuenta de lo que no somos, no soy el otro, soy yo. Y es aquí donde cabe la reflexión de este artículo, la otredad no implica inferioridad, diferencia sí, otredad pues, pero el otro no ha de ser discriminado o estigmatizado; por el contrario, las diferencias que se advierten al calificar al prójimo como un otro constituye toda la posibilidad humana de la que es posible aprender.
¿Y por qué como mexicanxs no hemos podido conciliar y construir una sociedad a partir del reconocimiento de un “otrx” diverso, diferente? Si no soy capaz de mirar al otrx, tampoco seré capaz de ponerme en sus zapatos, de entender su realidad y comprender –o al menos intentarlo- la situación que le ha llevado a hacer lo que ha hecho. Es más fácil juzgar, es más fácil señalar y condenar los productos finales, mirar a los enemigos y no a las consecuencias de la desigualdad social entre unxs y otrxs para buscar una respuesta un poco más compleja. Y tenemos entonces a quienes toman el argumento facilito, masticadito y deglutido de los jóvenes delincuentes peligrosos, de las prostitutas que lo hacen por placer, de las “teiboleras” que les gusta bailar, de las feminicidas que seguro pasaron por calles oscuras a propósitos, de los desaparecidos que “en algo andaban metidos”, si los detuvieron fue por revoltosos, sí que les manden los tanques y les disparen a lxs manifestantes, “que nos devuelvan el zócalo o la plaza” (una que jamás pisan porque está tan sucita), lo mataron por homosexual, le cerraron el negocio porque no pago, la corrieron por alborotadora, y un sinfín de etc. Esa incapacidad de entender al otro y mejor aceptar el discurso institucionalizado del sistema, el que mediáticamente nos enseña a mejor odiar al “otro”. Al cabo que ha sido más fácil y es el elemento que mejor da sustento al discurso de mirarnos siempre a nosotrxs mismos como a la civilización que ha de luchar y eliminar si es necesario a la barbarie.
El sistema nos ha conducido a mirar al “otro” también como al delincuente, al ajeno a la comunidad. Debemos preguntarnos si los denominados “delincuentes” no son las expresiones renovadas de esas figuras de la barbarie o del enemigo que fueron en otros tiempos los indios, el clero, las clases laboriosas o los subversivos. Debemos preguntarnos si la construcción de estos ‘nuevos enemigos´ no sigue alimentando las concepciones de una sociedad destinada al desorden y a la fragmentación, eludiendo a la vez la cuestión de quiénes son estos  ´nuevos bárbaros´ (Moalic, 2012),
Hasta dónde llegaremos con esos muros levantados en gran medida por la incapacidad de construirnos empatías solidarias, no como productos mercadológicos de moda que nos salvan en la filantropía hipócrita –yo dono al Teletón señora, y echo moneditas cuando me lo pide la cruz roja, dejo buenas propinas-, pero cuántas personas somos capaces de aportar un trabajo voluntario a la comunidad. ¿Por qué el trabajo o servicio a la comunidad se ha convertido en un lastre que equivale a la compensación por un delito cometido? El servicio social ha perdido su dimensión en la comunidad, ah y por supuesto que para nada pensar en la colaboración entre una población para hacer nuestra la desgracia o el infortunio del otro, que le rompan la calle a unos pequeños comercios, que se inunden las viviendas, que haya familias sepultadas bajo el lodo. Que asesinen a migrantes –no importa que haya mexicanos, son igual de pobres que los que vienen de otros países-, que asesinen a los narcos, que haya niños sicarios.
Y cuándo empezaremos a construir un diálogo en el que dejemos de mirarnos unxs y otxs como “civilización” frente a la barbarie, que todxs al final de cuentas cuando somos vistos desde fuera no somos más que la población mexicana, americanos despojados de ese gentilicio a merced de un país capitalista que se erige policía del mundo. Humanidad. Que bien podemos empezar a perfilar un argumento de entender y vernos como a la civilización o como la barbarie incapaz de ver al otro como a su semejante.



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