QUINTO PODER
Iguales desiguales
Argentina Casanova
“El
amor de Maurice daba importancia a cada momento de mi vida. Es hueca. Todo es
hueco: los objetos, los instantes. Y yo.” Simone de Beauvoir, La mujer rota.
“La
identidad es a fin de cuentas lo que uno elige ser”, Edmon Jabés
Hace unos días en una charla con otras mujeres
hablábamos acerca de los obstáculos que se nos presentan en la vida diaria a
las mujeres, esas desigualdades históricas de las que tanto hemos hablado y
escrito, kilómetros de papel se han impreso y han movido a muchos documentos
después de años de lucha para visibilizar a la violencia estructural que tan
sutil se instala y se mimetiza para hacerse discurso que justifica las
diferencias, las construye y hace posible que hoy día estemos hablando de que
“la cultura de la violencia”, de entrada es casi un oxímoron. No hay lógica en
creer que la violencia sea cultura, es una enunciación contradictoria pero cada
vez más aceptada, pronunciada y usada sin desmenuzar lo que implica.
Personalmente la reflexión viene a partir de dos ideas cada vez más claras y
nutridas de la experiencia diaria, para estudiar el sexismo y el patriarcado es
menester leer un poco, pero para entender sus dimensiones hace falta en gran
medida ser mujer. Aunque ser mujer efectivamente no garantiza su comprensión.
De entrada un primer discurso vigente hoy día es:
Las mujeres tienen derechos y vivimos en una sociedad en la que la ley habla y
garantiza la igualdad. Son ellas las que no se ven a sí mismas en igualdad.
El segundo discurso vigente es: Si el machismo
existe es porque las mujeres educan así a sus hijos y ellas son responsables de
que ellos las maltraten.
Todas premisas falsas, por supuesto. Pero de
complejo e intricada elaboración que necesitamos desarticular a partir del conocimiento
y el análisis, pero sobre todo del autoanálisis y la reflexión de las propias
mujeres, de dialogarlo y racionalizar los procesos empíricos de existencia y
llevarlos al plano de la teorización hasta su comprensión y desarticulación.
Por eso, eventos simples y cotidianos que pasan desapercibidos para la mayoría
merecen atención, porque nos sirven para enmarcar y visibilizar el patriarcado,
mirar sus tentáculos e imbricaciones, pero al mismo tiempo qué tanto nos
contagia a nosotras mismas, y qué tanto nos vulnera aun en su forma más sutil,
porque al final de cuentas se trata de eso, de no permitir más golpes de un
sistema que nos vulnera y nos pone en la indefensión haciéndonos sentir
aisladas, desoladas, solas y sin oportunidad de cambiar la realidad de la
desigualdad.
En gran medida un concepto a enmarcar, es
precisamente la relación dicotómica construida desde el discurso occidental que
influye en la construcción del pensamiento en la educación formal y en la
cultura, en sus estructuras que con defectos patriarcales terminan por ser lo
determinante de la sociedad y su “cultura”. Es lo que nos hace entender la
realidad a partir de un “pensamiento lógico” que se basa en entender el mundo
en dos colores –blanco y negro-, dos sexos: femenino y masculino, o se es uno o
se es otro. Civilización frente a barbarie –¿nos empieza a sonar conocido?- y
de ahí pa´ adelante con racional/irracional, naturaleza/cultura,
privado/público interés particular/bien social, todo deriva del pensamiento
formado a partir del discurso social de la sociedad contemporánea pero que
tiene su origen en la visión del mundo desde los pensadores más antiguos de la
cultura occidental griega-romana. Y eso determina su forma de asimilar la
realidad y determina en gran medida incluso como aprehenden el conocimiento,
como aceptan lo que es el pensamiento lógico, y es la medida de sus relaciones
humanas. De ahí que para un hombre es común y obvio entender la noción de
igual/desigual, superior/inferior, capaz/incapaz sin detenerse a comprender
aspectos de la igualdad proporcional tan primitiva como Aristóteles mismo, y
mucho menos interés demuestran por el más moderno concepto de la igualdad
jurídica de género que considera esos puntos en los que dos personas son
iguales ante la ley pero al mismo tiempo pueden ser desiguales para dar a cada
cual lo que le corresponde, sin que ello implique que el no ser iguales supone
una inferioridad para alguno de ellos.
En gran medida se debe a ese esquema mental
occidental que determina solo lo posible en función de la construcción dual, única
noción aprendida respecto a las relaciones humanas basadas en el poder-control,
dominio-sumisión, hombre-mujer, superor-inferior, igual-desigual. Deconstruir
es el punto, y eso es algo que podemos hacer las mujeres y los hombres solo
cuando somos capaces de desprendernos de ese método de comprensión de la
realidad, el pensamiento occidental, y para ello utilizamos algunas propuestas
o corrientes que plantean otro sentido, basándose en otras culturas y en la
posibilidad de que el mundo no haya sido dual, sino que hayamos elegido mirarlo
así desde los tiempos primitivos. De entrada considero importante entender que
“los rasgos culturales han sido considerados en su mayoría como “reflejos” de
estructuras jurídicas primarias que tienen como función esencial la de
reforzarlas” (Ortner y Whitehead, 1981), en la versión marxista de esta
perspectiva –sostienen- la cultura suele ser vista como ideología que justifica
el statuo quo y que mitifica las
fuentes de la opresión y la explotación, y entonces cobra sentido por qué para
nos repiten el rollo de que “las mujeres educan a los machistas” y “la cultura
es transmitida por las mujeres”, y sí se trata de cómo se utiliza la cultura
por el sistema patriarcal que en gran medida determina las relaciones humanas,
pero también en la corriente marxista se
ofrece que “la cultura rara vez es un reflejo exacto de la totalidad”,
es decir reconoce que hay partes que se escapan a esa permeabilidad, y son precisamente
las personas que no aceptan este tipo de relaciones ni sus reglas verticales
hetero normadas, ah y mucho menos construidas a partir de la noción dual
hombre-mujer.
El golpe contra la pared
Aclarado este punto, el feminismo cobra un
significado en el pensamiento moderno, y se le mira como lo que ha sido,
impulsor de los derechos humanos de todas las personas, base del pensamiento
que nos permite desarticular las estructuras sociales dicotómicas, y al mismo
tiempo camino hacia la construcción de relaciones basadas en las posibilidades humanas
de identidades de personas, no sexuadas. Pero apenas vamos a mitad del camino
algunas personas, y otras simplemente siguen en el primer tramo.
Es más sencillo comprenderlo con ejemplos
cotidianos que las mujeres afrontamos a diario, ir por la calle conduciendo un
auto, detenerse en medio de un caos vial y recibir insultos de los conductores
vecinos es algo común, la diferencia es que los dirigidos a las mujeres
conductoras tienen una connotación sexual-cosificante y degradante, una vez más
el cuerpo femenino como lo abyecto, lo vergonzoso, mutilable, violable y lo que
otorga a uno la condición superior pene/vagina, superior/inferior en tanto que
al otro la condición inferior. Estos hechos son cotidianos para las mujeres,
los afrontamos a diario en la calle, en el trabajo en el transporte público, en
la publicidad, en los dicursos institucionales y mediáticos, que me mandan un
mensaje claro: debo verme como algo
inferior, soy inferior, no valgo nada.
Frase constante que revelan las mujeres cuando acuden
a denunciar una vida de violencia sicológica y física, entorno clave para
entender el femenicidio como la nulificación del yo femenino, al despojarlo y
desproveerlo de toda importancia y signficación. El hombre se enuncia así mismo
como hombre en el sentido genérico y no necesita otra forma, posee cuerpo e
identidad a partir del lenguaje que lo nombra, es el todo, es el eje del mundo
–patriarcal- es la sociedad falocentrista con todos sus significados, discursos
misóginos que puede escucharse lo mismo en heterosexuales que homosexuales,
estos últimos víctimas del machismo y el patriarcado pero que pocas veces
asocian la homofobia y los crímenes de odio como la consecuencia de vivir en una sociedad
falocéntrica.
Pero qué pasa en el pensamiento de esa mujer,
empoderada, libre, completa, independiente que puede andar por la calle con
toda esa construcción lograda por su desprendimiento y alejamiento de la
sociedad patriarcal, venciendo los obstáculos de las desigualdades, del
analfabetismo, pobreza y violencia que tienen rostro de mujer, ¿qué sucede ahí?
Es como una pared frente a la cual se topa en pleno vuelo, sí, no frena, pero
está ahí, no es un techo de cristal porque no depende de ella. La primera idea
es tener claro que “Ellos no me ven como yo me veo a mí misma”, y esta es otra
dimensión de la feminidad actual.
Cuando la mujer se ve a sí misma en un plano en el
que no se advierte a sí misma limitaciones físicas ni intelectuales, mucho
menos los complejos o taras derivadas de las estructuras sociales que disponen
la conducta sexual o social que ella debe asumir, ella es capaz de verse a sí
misma con todas las alas y la capacidad de volar, pero de vez en cuando hay
muros como las posturas de los hombres insultándola y consificándola en la
calle y frente a lo que ella puede sentir “frustración” o lo que Marcela
Lagarde llama “asíntona”, que no corresponde con el momento, el lugar o la
situación que está viviendo.
Retomo un ejemplo “donado” por una amiga cuando le
hablé de este texto que escribía a partir de la reflexión individual, pero que
estaba segura que las mujeres podíamos socializar, ella confiesa que en un
supermercado se detuvo en un estante de shampos y estando en solitario en el
pasillo, un tipo se aproxima se ubica detrás de ella y dice en voz alta: Shampo
pal´pene. Ella intuye que lo ha dicho porque no había nadie más que ella en el
pasillo, porque se les hace fácil creer que pueden hacerlo y porque no advierte
un necesario respeto a otra persona. Su respuesta a todo volumen fue: “Chistosito
el idiota”. Estaba segura, afirma, que él no iba a decir algo más, porque había
dicho algo y yo no lo había imaginado. Y así fue, su silencio confirmó esa
parte.
Y ese es fundalmente el problema en las relaciones
entre las mujeres y los hombres, a pesar de que nosotras nos vemos con todas
las capacidades y posibilidades, en gran medida, la mayoría no ve a las mujeres
como sus iguales, sino sus subalternas o como algo que por ser mujeres implica
una inferioridad que las obligaría a escuchar, recibir, aceptar de manera
pasiva.
Y en gran medida esa idea permea socialmente hasta
en y desde el plano sexual, de ahí que en las relaciones se crea que hay una
condición tácita de sumisión en quien es penetradx en una vuelta a la construcción
dual de la penetrante/penetradx frente a dominante/sumisx que pretende
imponerse en lo social a todas las mujeres, un tema complejo pero de gran
relevancia para entender cómo se construyen las relaciones entre las mujeres y
los hombres, pero también para las relaciones homosexuales.
Y que rigen en gran medida las estructuras mentales
de los hombres y las mujeres para entender cómo relacionarse, y cómo pueden
dirigirse unos a otros, el patriarcado falocentrista basado en la dominación
del que somete y subyuga, y que inconsciente espera que a la contraparte, por
serlo, le corresponde la sumisión-receptora-pasiva, inferior. Muy discutido
está pero pocas veces reflexionamos cómo esta situación confronta a aquellas
personas que no se miran a sí mismxs como subyugadas a partir de la sexualidad,
el género y/o la identidad sexual, mucho menos para mujeres que se ven a sí
mismas en igualdad de derechos y sin posición subyugada-subyugante, descartando
que las relaciones humanas tengan que basarse en estas nociones que en realidad
son el reflejo de cómo han construido y entendido que sólo puede haber
relaciones verticales de poder. Empecemos por desmenuzar bien para mirar las
partes y bajo el lente del feminismo que es el más objetivo cuando realmente se
le conoce.
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