El tendedero

sábado, 18 de octubre de 2008

Cuarto Poder

Un viaje por tierra inca

Argentina Casanova

Atrás quedaron los tenis. Las zapatillas –en voz sudaca- que me acompañaron en otros recorridos, otros viajes, otros rumbos. Pisaron suelo sagrado y hoy los dejé para que continúen su andar en una tierra en la que eligieron quedarse.
Un par de tenis, un golpe de soroche y un paseo por Machu Pichu Adventure, el saldo del viaje por un mundo árido, por un desierto desierto, por este lugar de rostros y expresiones sorprendentes como la zona arqueológica descubierta bajo un basural y un paseo en mototaxi a solo un sol, aquí en una tierra donde lo que nunca vi fue eso. El sol. Se apaga cada día sin asomar la cara, una alfombra de nubes cubre Lima, la horrible como la llamó Owen. Lima la que no tiene limones ni limas. En el corazón del Perú, donde todas las canciones pueden cantarse como cumbia.
Las pulgas que dejaron su huella, los caminos recorridos, el olor a fritanga a la entrada de la tierra mística del Machu Pichu, que me hace pensar en Calakmul, Patrimonio Natural de la Humanidad salvo aún sin tren en riel como en Disney, ni restaurante macdonald. Qué bien es estar a veces de la modernidad y del progreso cuando eso se traduce en la explotación comercial de la cultura.
Aquí a lo lejos veo más claro a mi país, pero también pero lo que hay en estas tierras. No es que lo mío sea mejor, pero lo veo más claro a la distancia, y ya lo dijo Bajtín en ese ejercicio de hallarse en el reflejo en el otro.
Lima con sus calles grises, como gris es su cielo y sus blancos edificios de estilo europeo, construidos por un arquitecto de Europa del Este, que le dio a esta zona esa imagen en torno a la plaza a San Martín, el prócer argentino que aquí también dejó huella. Y a unos pasos, algunos más, un óvalo o glorieta rodeado de viejos y oscurecidos edificios de azul pinto de hollín. Los contrastes en una ciudad donde las calles por momento son una ciudad frente al mar y en otros simplemente una madeja de autos peleando por avanzar.
Lima la hermosa bajando por el Callao, para entrar a Miraflores, con su oleaje bravo del mar Pacífico, insiste, insiste, pelea y lucha por vencer a esta cordillera infame que lo reta en la caricia que ahonda sus abismos. Este mar que a lo lejos da más miedo en sus acantilados y seduce en lo próximo de su oscuro fondo, donde solo los osados surfistas armados con su tabla de surfing se atreven a danzar. Waikiki, la playa del mar agreste. Esta es Lima y espera en sus provincias próximas sin cambiar de nombre para el visitante.
Un pueblo de sol sin sol, donde el amado Dios tropical parece un recuerdo lejano.
Algunas ciudades se arman como rompecabeza en la memoria, son más fáciles aquellas que tienen un río, un mar o una laguna que sirva de referencia. Y lima es una de ellas. En el encuentro las palabras, las palabra “extranjeros” sobre nosotros me hace sentir ajena y yo no me siento así en cualquier lugar que sea como América Latina. En las librerías y en las calles, el bar donde dejó sus pasos Vallejo. Trilce y los Heraldos negros recitan las sombras en las avenidas y unas fachadas retratan los personajes de Los cachorros, de Vargas Llosa.
Vuelvo y el cansancio en mi espalda parece traer el peso de los cinco mil años de una civilización, la tristeza de una ciudad dormida.
Donde los taxistas dicen el rumbo y no vuelven por nada, aunque el pasaje intente conquistarlos con una sonrisa para cambiar la ruta. Pero así son las ciudades, distintas porque su gente les da otro rostro.
Y luego un viaje casi accidentado a Cuzco, después de la noche más larga en Lima entre los bares de la ciudad para tener el mejor sabor de la Cristal, la Cuzqueña, la Bramha… y bueno ahí la dejamos porque por eso casi se va el avión sin su pasajera mexicana. Después de las veleidades de la cebada limeña y el fervor de la fraternidad peruana, los amigos del Cielo Abierto -el encuentro de poetas donde hubo más voz sudamericana-, llegue en cuerpo pero no en alma al avión.
Apenas llegar y el efecto soroche se anuncia con el frío ambiente, entre las bondades de la mala noche y la altura de esta ciudad en medio de los andes, un golpe en el pecho anuncia que los pulmones protestan. Los ojos a punto de reventar y el estómago casi pidiendo a gritos salir a mirar el panorama.
Nada que un buen te de coca no pueda aliviar y fluye el te para recuperarse de este golpe que anuncia el encuentro con la civilización de las alturas. Machu Pichu tiene que esperar, un día más por el paro de transportistas, pero lo vale apenas se inicia a la mañana siguiente.
Apenas salir la ruta recuerda el viaje a un parque de diversiones, desde el operador turístico hasta la camioneta que lleva a Ollantay Tambo, el pueblo donde todo apunta hacia Aguascalientes, el siguiente destino previo a la ciudad sagrada. Todo se llena de artesanías, recuerdos de viaje, la gorra y el bolso, lo único que me parece auténtico es la olla de peltre llena de elotes que aquí llaman choclo, solo le falta el chile y el limón, pero bueno aquí se sirve con un pedazo de queso salado.
El camino en el Perú Rail tiene mucho de asombro, de expectativa y de búsqueda entre las piedras, los paisajes que sorprenden, las nubes que cada vez se ven más bajas, aquí es la tierra de los cielos o los cielos en la tierra. Y apenas concluye el recorrido en Aguascalientes. (Un descanso en el restaurante se acompaña de un te de coca para no arriesgarnos a sufrir por los síntomas del soroche y porque aquí es como tomar manzanilla). Desde este pueblo al pie de la montaña se toman los autobuses que emprenden su ruta hacia las partes más altas. Sorprendentemente sube y sube, se cruza con otros en el camino, pero nada asusta. Por alguna razón a pesar de las alturas, de la lluvia, de los abismos, de lo pequeñito que se ve el tren allá abajo… no hay abismos interiores
La experiencia de llegar a la ciudad más alta y más cercana a los dioses la escamotea el olor a hamburguesas de los restaurantes a la entrada. Una larga cola y la guía de turistas que busca al Sr. Miguel. Ya adentro la visita es guiada, pero alejarse del grupo en este mar de gente que lo irrumpe todo ayuda, a estar a solas, a mirar la inmensidad de las montañas a agradecerle a Dios este majestuoso escenario. La fina llovizna son las nubes que invaden Machu Pichu, es la voz de los dioses que corretea a la gente necia con sus impermeables y el tiempo corre y ya hay que volver.
En el regreso todo parece simple, hasta Cuzco con su noche lluviosa. Y en el retorno desde el cielo los Andes es todo lo que se mira, honduras inhabitables, tierra que parece olvidada en su magistral hermosura. En Lima, apenas una despedida desde el taxi: “Adiós Lima, te quedas sin mí”.

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