El tendedero

sábado, 17 de octubre de 2009

El hoyo

Yo sé
que una vez se cae en esta pasión
y que se tiene un corazón de un peso respetable,
no hay nada que hacer don Quijote,
nada que hacer:
hay que embestir a los molinos de viento
Don Quijote, Nazim Hikmet



Desde la óptica de Juan Rulfo, el hijo del narrador del mismo nombre, la realidad de los mexicanos se sintetizó en un documental llamado “El hoyo”. Unos minutos, unas entrevistas, los personajes, las vidas que desfilan a lo largo del vídeo dan un esbozo de la realidad más real –permítase- la expresión a razón de la existencia de realidades virtuales hoy día.
El trabajo le mereció muchos reconocimientos y para quien lo vio, quizá la posibilidad de identificarse con alguno de esos personajes, especialmente con el que queda atrapado en el “hoyo” donde trabaja, apenas rescatado por la afanosa y solidaria fe de sus compañeros cuasi amigos compadres que en auténtico español mexicaneado se expresan frente a la cámara como si ésta no existiera.
El hoyo, además de esta exposición visual de la realidad mexicana es también una síntesis simbólica del complejo ser del mexicano de abajo, pero quizá también de lo que hoy día le toca vivir a los individuos de una generación abrumadoramente ligera, con esa insoportable levedad de la que habló Milán Kundera.
Basta darle una mirada a la realidad para darse cuenta del hoyo, aunque todos nos encontramos inmersos en él, algunos prefieren mirarlo desde otra perspectiva más ingenua con la felicidad que otorga la ignorancia y la indiferencia.
Se habla de que México es un país de 50 millones de mexicanos en pobreza, mientras hay “50 millones hablando por teléfono celular” según un anuncio de una empresa telefónica.
Este agujero de nuestra sociedad se ahonda con el prejuicio pero también con la apatía de los jóvenes que dejan a otros decidir sobre su futuro, sin involucrarse a conciencia, y permitiendo que sean tan pocos los que deciden emprender y buscar alternativas; esos pocos son los que pagan los impuestos con los que tantos evasores no se sienten obligados a cumplir.
Este agujero se ahonda con la pasividad como con la ignorancia que es feliz y cándida, pero que en el corto plazo tiene efectos devastadores en la conciencia de quien lo permite
Hace casi 50 años, Octavio Paz, escribió en: “El PRI nunca ha practicado la crítica de la acción presidencial, sino que acostumbra apoyar incondicionalmente las medidas tomadas por el presidente y ejecutarlas diligentemente. En México existe un horror casi sagrado a la crítica y disidencia intelectual”… hasta ahí la cita que a la luz de los acontecimientos que vinieron después de escrito cambió en alguna medida el contexto, en la forma, pero quizá no en el fondo.
Aún hoy la imposibilidad de recibir una crítica es una constante, aun cuando las condiciones del Gobierno han cambiado y el PRI al llegar a ser un partido de oposición se erigió como crítico y el PRD se perfiló como un constante opositor, ambos alejándose de la representación popular cada vez que se antepone el interés partidista antes que el de la nación y de los mexicanos. Pero son pocos los ciudadanos que asumen la crítica como un derecho fundado en el conocimiento serio de su realidad.
El verdadero hoyo de los mexicanos es la indiferencia por el otro, el desconocimiento de las necesidades del otro y en consecuencia de un transitar por la vida cerrando los ojos a mirar más allá de lo propio, incapaces de aprehender una realidad en la que no se vive aislado sino en comunión obligada con otros individuos de una misma sociedad. Como topos escondidos en agujeros preferimos no hablar, ni opinar, dejar que otros decidan porque está de más intentar cambiar las cosas y más iluso aún pretender que se eviten los dispendios.
Hay un rechazo aparentemente enérgico a la posibilidad de nuevos impuestos, pero en cambio poco se habla de clarificar el gasto, reducir los sueldos onerosos de 500 legisladores federales y otro tanto de senadores, y qué decir de los millonarios pagos a los ministros de la Suprema Corte, la misma que le ha fallado en la ministración de justicia a los mexicanos.
Nos encerramos en un hoyo para hablar y criticar pero elegimos callar en lo público y seguir una alineada posición de torcida moral para penalizar el aborto, sin ser capaces de salir a marchar y exigir el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo.
El hoyo es esa moral atribulada de hablar de ser solidarios pero incapaces de aceptar que el campesino siembra inútilmente en el terreno infértil del desinterés. En un país donde es posible todo tipo de arbitrariedades tanto de particulares como de entidades públicas o privadas que se permiten todo tipo de abusos.
Ahí están las listas de empresas denunciadas por prestar servicios deficientes, empezando por autoridades que en lo supuesto deberían cumplir con sus períodos de trabajo comprometidos, con las legisladoras que no tendrían que renunciar pero se quedan en el hoyo de la permisividad de sistemas que las utilizan de la manera más absurda.
El hoyo es más hondo y cada vez más. No existe sólo en México, pero es aquí donde se agudiza por una idiosincrasia basada en la permisividad, la intolerancia, la complicidad, el engaño y el “chingar porque atrás vienen chingado”, y lo que es peor en la indiferencia de quien no dicen nada y se calla porque es más cómodo dejar que las cosas sigan como estén. Porque los que están en el hoyo real se mastican las palabras, se comen el orgullo y se olvidan de cuestionar y hasta de pensar, porque hacerlo se ha hecho un lujo innecesario satisfecho con la enajenante televisión atascada de programas mediocres y disfrazada con noticias desinformadas o parciales.
Rulfo no estaba errado, como tampoco todos los que de vez en cuando se ahogan sintiendo que algo nos está asfixiando como sociedad, y es que el hoyo se hace grande para abajo; haciendo más espacio para todos en laa cubeta de la que cada vez escapan menos cangrejos, jalados por los otros, pero donde cada vez cuesta menos respirar pero es mejor seguir luchando antes que dejarse arrastrar por la inercia del hoyo.

No hay comentarios: