El tendedero

jueves, 17 de diciembre de 2009

CUARTO PODER

La irresistible seducción del poder

Por Argentina Casanova.

En gran medida los males de la sociedad actual son los mismos de siempre. Sí, aunque haya quienes digan o piensen que los tiempos pasados fueron mejores, -en lo personal- me atrevo a creer que las razones de putrefacción social son las mimas hoy, que ayer.
Por más vueltas que se le dé al tema, todo apunta hacia el poder, esa búsqueda perpetua que se anida en el alma de los que no lo tienen y lo procuran, y por conservarlo en aquellos que lo detentan, y los que enloquecen o pierden todo en su nombre. El poder es también esa sed que no termina por el dinero y por estar con quienes lo tienen, cerca de ellos; pero el poder con el tiempo ha ido modificando sus formas y posibilidades, de los títulos nobiliarios, las propiedades hasta el pertenecer a un grupo o identificarse con él.
Aún más, hoy más que nunca, el poder se vincula al crimen, a lo prohibido, en una concepción perversa del deseo por el poder absoluto. Este se traduce de distintas formas desde el político intransigente que no es capaz de darse cuenta de sus errores y decisiones que van en detrimento de sus propósitos de buen gobierno, hasta la corrupción de las personas que están al frente de las instituciones.
La búsqueda del poder se ha extendido hasta algunos casos mostrarse en la gente que lo vislumbra como una suerte de halo de luz irresistible a las polillas, al cual procuran acercarse para ser parte de él. Esta quizá es la razón por la cual cada vez hay más gente involucrándose en crímenes o hechos ilícitos que en la colectividad están rodeados de ese polvo de oro que lo mismo es el poder del dinero que se genera, que el poder de ser intocables por la justicia, o el poder de decidir sobre la vida de otros. Quizá por eso cada vez hay más gente involucrada en el narcotráfico, más policías que ceden, más abogados o ministerios públicos, y también cantantes populares que forman parte de ese mundillo cada vez más grande corrupción, crimen y complicidad, todo en aras de ser parte del poder que se engendra en el narcotráfico.
Denominado en las notas periodísticas como “el célebre músico mexicano Ramón Ayala, ganador de cuatro premios Grammy” es el mejor ejemplo de esto, dinero no le ha de faltar al cantante y mucho menos público, porque si bien su género no es de mi gusto, en el norte del país goza de popularidad que le granjea ingresos millonarios. Pero esto no basta sin duda, como no le han de bastar al cantante que optó por “codearse” con las familias poderosas del país. Así como en otros tiempos los duques, los señores feudales, los terratenientes llevaban a sus fiestas a los artistas, payasos y corte a su servicio, así hoy el narcotráfico –o mejor aún- la gran familia del crimen es la que detenta el verdadero poder en el orbe mundial.
La seducción es tal, que la Paquita la del Barrio confesó y sin que le preguntaran. Ella también ha cantado para narcos, y seguramente lo han hecho otros cantantes, otras vedetes les habrán servido en sus cortes y fiestas, porque la tentación por el poder es la misma y como en la época antigua es la perdición en la vida moderna.
Y el origen y el resultado es el mismo: la irresistible seducción del poder que embriaga, obnubila y en algunos casos enloquece. Enferma, obsesiona, y hace predecibles a las personas, porque no en vano William Shakespeare escribió grandes obras en las que se mueven las pasiones de la humanidad, y el eje fundamental es “el poder”.
No hay nada nuevo y la gente que cae seducida por el brillo del oro son las mismas polillas repitiendo el primitivo acto de aproximarse a la luz que las llama, acercarse tanto hasta quemar sus alas, y caer muertas, vencidas por las llamas de ese oro.
Nada hay de nuevo y lo saben los reyes, los príncipes, los gobernantes, los escritores, los grandes hombres y grandes mujeres que a través de la historia han cedido a la seducción del poder, ese que embriaga y corrompe.
No en balde se ha dicho “dale poder a una persona y la conocerás”, pero en los tiempos actuales el poder se ha transformado en una forma de control y de posesión más allá de lo material, hasta alcanzar a saberse dueños de vidas y destinos, tal como ocurre en el norte del país donde la única ley, la que gobierna conciencias y pueblos es la de los narcotraficantes que se han apropiado de las fronteras, de las calles.
Son los que se sienten con el poder de tirar granadas a centros de reunión de la sociedad michoacana, son los que ejecutan policías, los que se adueñan de todo lo que hay a su paso, a los que no les importa el Estado y mucho menos la autoridad o las figuras del ¿poder? del Estado Mexicano.
Entonces es cierto que las cosas son peores, pero basadas en el mismo principio desde la antigüedad, porque lo que mueve a la perversión y a la perdición de la humanidad misma es ese deseo de poder: de un individuo sobre la vida del otro, eso es lo que mueve a los criminales a dominar a sus víctimas, eso es lo único que prevalece. Y entonces los poderosos no son más que esclavos del deseo del poder, ese que perdura a través de la historia de la humanidad

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