El tendedero

miércoles, 3 de febrero de 2010

CUARTO PODER

La conciliación de las fuerzas
Argentina Casanova

Si algo le cuesta trabajo a la humanidad es ser tolerante con el otro, y esa tolerancia se reduce extrañamente en uno de los escenarios más humanos por excelencia, los partidos políticos.
Por principio de cuentas si se está en un partido se asume como “contrario” al otro, lo cual no tendría nada de malo si no fuera por la forma simplista en la que se hace, en gran medida por la misma falta de formación y de conocimiento de quienes representan públicamente a los partidos cosa que sucede en todas las organizaciones, pues no son precisamente los más inteligentes ni los más preparados académica o profesionalmente los más populares.
No quiere decir que los partidos no posean una “élite” ilustrada –por decirlo de alguna forma-, claro que la hay, pero esa generalmente no es la que tiene el poder o el control de las decisiones en las que algunas veces logran influir, pero indistintamente de su nivel intelectual la tolerancia puede entenderse mejor con una actitud humana de convivencia y entendimiento de lo que hacer política significa en su más estricto sentido.
Dentro ese entender la política como una forma para todos y no para unos, es que se mueven algunas propuestas de la Reforma Electoral, pero también de las grandes concertaciones que a nivel global están moviendo el mapa político. Al menos en Latinoamérica ya dieron el triunfo de la derecha pinochetista en Chile, algo que parecía lejano para el resto del continente pero que ya es un hecho para los chilenos.
El punto más difícil es el que realmente mueve la razón de ser de los partidos, el bienestar del país que es el de la población del país en el que existen, fuera de eso no tiene sentido nada de lo que hagan, y bajo este argumento es la conciliación de los intereses de cada grupo lo que tendría que traducirse en ese bienestar general.
El punto es, que ya sea en Chile o en México, o en el caso que nos interesa –en Campeche- la gente que enarbola los colores de un partido tiende a polarizar su posición frente al otro, no sólo con resistencia a las propuestas que provienen de ese –otro- sino hacia todo lo que parezca contrario a los intereses de quienes están en ese partido.
La parte más dramática de la convivencia se da cuando uno gobierna y el otro –o los otros en el pluripartidismo mexicano- se dedican a criticar y a señalar lo que no se ha hecho, pero igual posición radical asumen cuando se entregan y no cuestionan nada, sin ocupar realmente su papel de corrientes de opinión en un escenario político.
En México, la sociedad ha evolucionando, pero tal parece que quienes se aferran a evitar esos cambios se albergan en algunos partidos políticos que se resisten a reconocer nuevos entornos políticos, económicos y de relaciones internacionales que exigen alianzas y reconstruir los esquemas de la propia sociedad mexicana, máxime cuando lo que se vive hoy día confirma que son estructuras que ya no funcionan o que están lacerando las columnas que sostienen el país. Nos referimos claro está a esas relaciones de poder y corrupción que se entretejen a diario y que amparan las formas de dar los empleos, la de otorgar los permisos para guarderías, para discotecas y antros, lo que la sociedad mexicana empieza a saber y creer como bueno y como malo –malo que se rinda homenaje a un marino- bueno que los Narcos ejecuten a otros delincuentes; pero lo que parece quedar de todo esto es que las organizaciones sociales a través de las cuales llegan las personas al Gobierno y a las instituciones de representación popular ya no responden a la realidad que se vive.
Cierto que no es mal exclusivo de México y que hoy día la confrontación es el talón de Aquiles de la sociedad, pero en estos momentos la conciliación puede convertirse en la mejor herramienta para la sociedad mexicana, en todos los estados y necesariamente después de replantearnos en un contexto del bicentenario independiente y el centenario revolucionario, sobre los nuevos escenarios que deben ser construidos para la gobernabilidad y el crecimiento.
Lo que se requiere -más que inteligencia-, en quienes ejercen el Gobierno junto a los gobernantes electos es: sentido común, lógica y racionalidad en el pensamiento, no anteponer las emociones, las pasiones o los rencores, porque así nos quedaremos estancados sin ser capaces de reconocer en el otro las virtudes que yo mismo no poseo, y/o las ideas que podrían ayudarme a resolver los problemas de la población.
De nada sirve echarle la culpa a los que gobernaron antes de las carencias o deficiencias, porque el inexorable paso del tiempo nos someterá al mismo argumento; lo que sí sirve y es racional es entender que la ciudadanía no es un ente homogéneo y terminado, que la población del país y de cada estado es cambiante, que cada generación requiere nuevas y distintas condiciones. Y así como hace 100 años fue necesaria la revolución armada y el reparto de tierras, hoy se requiere una revolución ética para cimentar entre la sociedad que la corrupción no es la única forma de hacer las cosas, que la parcialidad y el desacreditar al otro no nos hace mejores.
Y vuelvo al punto: se requiere verdadera entereza como ser humano y como político para respetar el derecho y la pretensión del “otro” por ser gobierno, pero sólo es posible el respeto si lo que se busca es el bien para el país, sin importar la plataforma política, porque puede haber distintas formas pero un solo para qué.


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