El tendedero

miércoles, 10 de febrero de 2010

CUARTO PODER

Adiós al hombre centenario

Argentina Casanova Mendoza

Al patriarca de mi Mendozadad

Cien años no sólo son de soledad. Cien años, un siglo, es también con un poco más –cuatro años- la edad de mi bisabuelo Enrique Mendoza Gil, un campechano que nació en 1905 y falleció a la nada breve edad de 104 años el pasado 4 de febrero de 2010.

Fue el campechano más longevo de la ciudad durante muchos años, pero más que eso gracias a su demasiada lucidez, fue durante los últimos 20 años quizá una de las memorias más íntegras del Campeche del último siglo. Vio los cambios que se sucedieron uno a uno durante la revolución mexicana, la cual –nos contaba- solo se vivió como algunos fusilamientos a espaldas de la iglesia de San Román.

Su cumpleaños número cien fue una fiesta de la calle Aldama, sus vecinos celebraron como lo hacían cada diciembre en una novena con baile de la cabeza de cochino, por la salud del abuelo de San Román.

En sus entrevistas que fueron varias, desde la televisión y los medios impresos, quedó testimonio de su memoria, de los detalles que recordaba sobre la ruta del Tranvía Dondé, de las calles antiguas de San Román, del origen de algunas tradiciones recientes, costumbres ya desaparecidas como ir a sacar “campechanita” a la playa, algo que hacía la gente realmente pobre para tener algo que comer lo mismo que aquellos que sabían de las delicias marinas.

Su historia es común, como la de cualquier campechano, como la de los sanromaneros que nacieron y han pasado toda su vida en esas calles, en una cotidiana convivencia de los antiguos barrios donde nadie es un desconocido, todos son hijos o hermanos de alguien y eso es garantía de saludo.

Mi abuelo se dedicó a una de las actividades más sencillas y antiguas, el del hilado de hamacas de henequén en su propia cordelería; tanto que desapareció con el tiempo, pero su ingenio y su rasgo de hombre trabajador que le mereció el aprecio de su suegro comerciante en San Francisco, le dieron la habilidad para adaptarse a los cambios y empezó a tejer hamacas con hilo de seda. Se sabía todas las puntadas, todos los dibujos, los tipos de hilado y lo hacía con bastidores que siempre estaban dispuestos en la entrada de la casa, una casa de puertas abiertas la mayor parte del día.

Lamentablemente nadie aprendió ese oficio que se fue con él con toda su sabiduría, ese que lo mantuvo sentado componiendo hamacas hasta el último día antes de su fallecimiento. Las hamacas que se quedaron ahí en espera de sus dueños.

Si se le veía reparar una hamaca era posible pensar que les hablaba, que las acariciaba y les remendaba el alma, que les devolvía la utilidad, la forma y el corazón para arrullar al bebé de una familia, al viejecito de un hogar o simplemente para abrazar a unos enamorados.

A su larga y grande descendencia nos queda el recuerdo de un hombre que siempre sonreía, esa es posiblemente la clave de la longevidad, y sus recomendaciones de comer sano, de tomar caldo de pescado, desayunar temprano y mantener trabajando durante todo el día. Con el crepúsculo sacaba su mecedora de madera a la puerta de la Calle Aldama Número 10 B, y desde ahí miraba tarde a tarde a la gente en su ir y venir acelerado. Regalando sus anécdotas al que quisiera escucharlas, su saludo a los vecinos y nietos que pasaban por ahí.

En su casa, a la que toda su descendencia confluyó en algún momento, siempre había niños corriendo de un lado a otro. En el patio: de tinglado para una carpintería andaban las gallinas, los gansos, algún perro o cachorro y muchos árboles frutales, plantas en macetas, pequeñas y grandes, siempre se rodeó de la naturaleza a la cual respetaba profundamente.

De su casa en Samulá, donde tuvo un terreno hermoso lleno de árboles frutales, en el tiempo en el que para llegar ahí había que caminar entre arbustos, caminos en despoblados y atravesar los cerros de la ciudad.

El, recordaba una laguna que desapareció, seca por el tiempo, por la contaminación y por el crecimiento de la ciudad o quién sabe qué, por ahí de la Escénica –si no mal recuerdo-.

Su vida para nada fue extraordinaria, lo que la hizo especial fue precisamente que vio dos siglos, el 20 y el 21; pero no solo en una simpleza numérica, su lucidez le permitía analizar el cambio de la tecnología y adaptarse a ella. Desde conocer el radio, el invento de la televisión en blanco y negro, luego a color, así como del teléfono hasta el celular algo que parece simple pero era posible sorprenderse si se intentaba mirar precisamente con sus ojos.

Era solo un campechano que recordaba sus aventuras al adentrarse al recinto amurallado, más allá de su barrio; de enamorarse de una sanfrancisqueña de la cual enviudó después para volver a formar una familia con otra gran mujer con la que compartió muchos años más. Ambas se le adelantaron en el camino, en un trayecto que parecía no disminuirse por su entereza, por su andar erguido, por su pelo cenizo pero no blanco, por sus brazos delgados y andar lento pero firme.

De él se pueden decir muchas cosas, ha quedado testimonio de su memoria en sus entrevistas, pero con el tiempo seguramente todo eso se olvidará, posiblemente de su nombre no quede nada más que la memoria en sus hijos, sus nietos, bisnietos, tataranietos y un pequeñín más que entraba en la siguiente categoría.

Fuera de eso queda poco y con el tiempo, como él se irán sus hermanas, unos años más jóvenes, después se irán los hijos que aún le sobreviven, y todas sus siguientes generaciones iremos con el tiempo yéndonos. Pero lo importante para él no era lo que iba a quedar, sino cómo había vivido cada día y él eligió tomar cada día con una sonrisa, con ternura para los pequeños y con la paciencia del hombre trabajador.

Su adiós no fue triste, se fue en medio de un aplauso y el cariño de sus vecinos que lo acompañaron hasta el cementerio de Samulá, después de un recorrido por su barrio querido, de una misa de cuerpo presente en la iglesia donde fue cuando niño. Su andar se queda en la memoria de quienes lo vieron, sin prisa como quien va después de vivir 104 años conscientes de los cambios que le tocaron vivir.

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