El tendedero

miércoles, 31 de marzo de 2010

CUARTO PODER

Los muertos prescindibles



Argentina Casanova



Dos cifras sacudieron la conciencia el día de ayer: 38 personas resultaron muertas en un atentado terrorista en Moscú; 1043 fue el número de ejecuciones contabilizadas en la guerra contra el narcotráfico faltando aún dos días para que terminara el mes, el más sangriento en los últimos años. Más grave que entre los muertos haya niños, adolescentes y jóvenes que no llegaban a los 20 años.

Diez personas, entre ellos 7 niños murieron víctimas de un ataque de un grupo armado que instaló un retén en Pueblo Nuevo Durango, cuando volvían de cobrar sus becas en un evento masivo. Horas después se daba cuenta de una niña Dana Naomi Cebaollos, de un año seis meses de edad, que murió durante otro ataque cometido en contra de la población civil en el estado de Chihuahua.

Dos números, dos situaciones, dos países, dos realidades y también dos respuestas de la comunidad internacional, para la primera cifra el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon “condenó enérgicamente los atentados”; el presidente de Estados Unidos Barak Obama telefoneó a su par ruso, Dmitri Medvédev, para presentarle sus condolencias y le expresó que Estados Unidos está listo para colaborar en la investigación.

En los mismos noticieros en los que se daba cuenta del conteo de víctimas del atentado en Moscú se hablaba de que a dos días de que terminara el mes, se registra el mes más sangriento en la guerra que se vive en México. Una guerra en la que hay víctimas, y muchas, en la que caen niños, bebés, adolescentes, jóvenes, mujeres, hombres, gente de todos los estratos y niveles sociales involucrados o no, sospechosamente “levantados” o en medio de un fuego cruzado.

Van mil 043, muchos más que los muertos de Moscú, muchos más que los muertos de Irak en este año, en un país que “oficialmente” está en guerra. Muchos más de los que nos podíamos imaginar. Pero lo más vergonzoso de todo es que ya no son solo adultos de los que especulamos que podrían estar involucrados en el narco. Ahora se trata de niños y adolescentes.

Tan sólo entre los seis ejecutados encontrados en la fosa clandestina descubierta en Ciudad del Carmen se contabilizó a un jovencito de 15 años de edad. Y la lista empezó quizá con los jóvenes estudiantes masacrados en una fiesta, luego con los dos estudiantes del tecnológico de Monterrey.

Lo peor es que hemos asimilado –al igual que el resto del mundo- que nuestros muertos son prescindibles, que no hay nada de extraordinario en que sean asesinados un grupo de niños durante el ataque de un grupo armado que ráfagas y granadazos pretende obtener lo que sea que haya estado buscando. Nadie sabe a ciencia cierta si fueron narcos, si era un reten falso, si eran policías, militares o cualquiera ejerciendo su derecho a matar ciudadanos… de esos que sobran tantos, al cabo que son millones de mexicanos y apenas van mil 043 en este mes.

Lo que sobra es gente en un país de cien millones, de gente que deja pasar los muertos, que sabe de niños asesinados y sigue tan callados, tan infamemente cómplices, tan responsables de los asesinatos como los que les dispararon: porque otra es la forma de matar con el silencio cobarde permisible de quien no exige, de quien no protesta, de quien no levanta la voz. Y no se trata de pedir renuncias o salidas que no resuelven nada sino mostrar al menos que a alguien le importan esos niños muertos. Pero no seguir callados porque es más vergonzoso.

Con tantos muertos, aquí no hay pronunciamientos, no hay llamadas ni denuncias, no habrá quien reclame por la muerte de Dana, quien no crecerá, quien se fue en silencio porque le tocó nacer en un país que no está guerra pero a diario tiene enfrentamientos en los que las víctimas son niños y jóvenes.

Aquí no hay presidentes llamando para solidarizarse, no hay más que ataúdes discretos que guardan los cuerpos de los niños sacrificados en una guerra envanecida por la cólera y la bravuconería de grupos que eligen a los ciudadanos como víctimas favoritas.

Pero ese es el precio de vivir en un país patio trasero de Estados Unidos, al cabo que si a alguien le sirva que haya más muertos es a una nación hambrienta de territorio, recursos y con un odio racista por los mexicanos.

No sé, pero yo en lo personal no creo tener cara para afrontar a los niños que el día de mañana lleguen a ser jóvenes y luego adultos y se pregunten qué hicieron para protestar por la masacre de niños a manos de grupos armados, qué hicieron sus padres para expresar su enojo por el asesinato de víctimas inocentes, qué hicieron para darles un mejor lugar para vivir, pero también el decoro de la ciudadanía digna.

No sé, pero yo hoy me siento más avergonzada de vivir en este país cuyas víctimas favoritas son los niños, los adolescentes y los jóvenes.

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