El tendedero

miércoles, 9 de junio de 2010

CUARTO PODER

Echale la culpa a los tlaxcaltecas; o ¿qué sigue en el país?

Argentina Casanova

Tenía una cortada en la mano izquierda, los cabellos llenos de polvo, y por la herida del hombro le escurría una sangre tan roja, que parecía negra. No me dijo nada. Pero yo supe que iba huyendo, vencido. Quiso decirme que yo merecía la muerte, y al mismo tiempo me dijo que mi muerte ocasionaría la suya. Andaba malherido, en busca mía.

-La culpa es de los tlaxcaltecas -le dije.

Él se volvió a mirar al cielo. Después recogió otra vez sus ojos sobre los míos.

La culpa es de los tlaxcaltecas, Elena Garro

Sea porque hay en nuestra historia como país un pasaje de traición y división, o porque es parte de la naturaleza humana, lo cierto es que si hay algo que distingue –en mi opinión- a los mexicanos es que pocas veces logramos la coincidencia y prevalece la división. Esto está más latente que nunca en las opiniones dividas y confrontadas en torno a los temas de interés. No sólo nos inmoviliza un adormecimiento social que nos deja incapaces de generar respuestas ciudadanas frente a los hechos sociales, sino que incluso nos molesta que haya algunos que tengan capacidad de cuestionar, de preguntar, de dudar, entonces los vemos como a los tlaxcaltecas traidores que se oponen a la inercia absoluta en la que nos adormecemos y atrincheramos cómodamente para evitar encarar la triste realidad del México que hoy vivimos.

Lo que hoy vivimos en México es insólito, creo que los escenarios son cambiantes pero cíclicos y eso ha conducido a que el país tenga despertares que remueven la conciencia, pero sólo es la de unos cuantos. Soprende que en un país en el que todos viven la misma realidad hay distintas percepciones; claro todas ellas dependen del cristal con que se miran o el bolsillo con el que se atempera la situación.

A nadie le gusta que le recuerden que anteponer el bienestar individual es egoísta, pero así lo es. Nadie quiere perder la comodidad de su televisión a color y ver los partidos del mundial pensando que hay que hacer algo para decirle al sistema político predominante que están haciendo muy mal las cosas. Basta ver la opinión de la propia sociedad civil que tajante y sin miramientos rechaza cualquier derecho de los trabajadores sindicalizados del SME y de Cananea a manifestarse o a fijar sus posturas. ¿Qué si tienen o no razón? No lo sé, si los trabajadores han promovido y apoyado esas decisiones es porque creen tenerla, pero el resto de los mexicanos cree que no importa y si el Estado Mexicano hace uso de sus facultades absolutistas para dejarlos fuera, para desaparecer de un plumazo las instituciones, para tomar mediante la fuerza pública –pagadita con nuestros impuestos-, pocos se toman la molestia de ver las dos caras de la moneda –porque siempre las hay- y de plano se quedan con la postura oficial rezada en boca de los pregoneros oficiales de la información en las cadenas televisivas. Y si alguien se atreve a cuestionar la forma del Estado totalitario, entonces es el traidor, es el loco, es el que está mal.

900 niños asesinados como parte de las víctimas del narcotráfico. Un adolescente muere acribillado por la patrulla fronteriza de EE. UU. del lado mexicano. Venden el padrón en Internet. Aumenta la cifra de ejecutados. Encuentran a más ejecutados con el corazón destrozado en Cancún. El Presidente concede el beneficio de la “duda” a Estados Unidos en el homicidio de un migrante mexicano. El derrame en el Golfo de México continúa. No perdona el Gobierno Federal nuevo aumento a la gasolina.

Párrafos enteros se pueden construir con las malas noticias que a diario salen en los diarios, las que logran salir, las que logran captarse porque hay muchas que mejor se guardan, se maquillan, se disfrazan o se minimizan, todos decimos que las cosas andan mal y que a ver dónde va a parar este país pero ya de las protestas ciudadanas solo quedan los recuerdos. Ya no hay capacidad de respuesta para decirle a los Gobiernos que las cosas están mal.

Yo recuerdo, porque lo vi, cuando había protestas por el aumento a la gasolina. No fue hace mucho tiempo, ni fue un sueño. Alguna vez existió o quedaba un remedo de país con ciudadanos capaces de decir que algo no estaba bien, y cuando eso pasaba el resto de los ciudadanos entendía que una protesta así tenía una razón presionar y evitar nuevos incrementos porque en esos tiempos todos sabían hasta el tendero de la esquina, que un aumento al combustible se traduciría en el incremento en los precios de la canasta básica y eso no se podía permitir tan fácilmente.

¿Qué nos pasó? Cuándo perdimos la capacidad de cuestionar, o aún más, cuando nos hicimos cómplices del sistema, dispuestos y prestos a cuestionar, rechazar y desacreditar a todo aquel que se atreviera a pensar diferente. En qué momento dejamos de ser ciudadanos y nos convertimos todos en representantes del estado totalitario. ¿Cuándo nos hicimos alienados dóciles que entregamos todo lo que nos pide al primer payaso que se aparece disfrazado con uniforme sin preguntarnos si viola el estado de derecho, las garantías individuales, el libre tránsito y los derechos fundamentales a no ser discriminados?

Hoy somos como los palestinos, extraños en nuestra propia tierra. Hoy México, el país, el estado nación es su Gobierno, sus Poderes, su territorio geográfico, pero ya no su población. Nosotros somos extranjeros, invasores sin derechos, inquilinos que deben pagar sus impuestos pero sin atreverse a cuestionar, dueños de nada, y temiendo hablar o pensar diferente porque sabemos que habrá alguien que nos considere un “tlaxcalteca traidor”.

México es un país con poco más de 100 millones de habitantes, en el que las leyes las deciden unos cuantos, donde sólo unos cuantos comen bien, algunos menos disfrutan de las riquezas y el resto sobrevive. Esos los que están el grupo del “empleo informal” o que ganan salarios mínimos para medio vivir. Un país en una guerra donde los muertos los pone la sociedad civil, al cabo que somos muchos y las armas las tiene el Ejército y los narcos.

Hace años escribí con el temor de lo que ocurría en Argentina en 2001, cuando la gente salió a las calles a protestar por el hambre, la inconformidad y el coraje de que todos sus ahorros fueron robados. Hoy no estoy segura si me asusta o sorprende el silencio quieto de la sociedad mexicana, sólo sé que hay unos cuantos que están remando a contracorriente y cada vez son más las hormigas que en el agujero se han dado cuenta que las cortes no pueden con la fuerza de la palabra como la mejor espada para una nueva revolución. La revolución de la palabra.

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