El tendedero

miércoles, 8 de septiembre de 2010

LAS MEXICANAS Y EL BICENTENARIO

Hace 200 años las mexicanas no tenían acceso al poder, ni siquiera eran dueñas de su tiempo el cual debían ocupar en realizar las tareas del hogar, en contribuir al gasto familiar con trabajo, aportando su fuerza a las tareas de la casa, a complementar el ingreso del grupo, a laborar por su comunidad. Hace 200 años las mujeres eran perseguidas y acosadas por instituciones inquisitorias que las perseguían, las intimidaban que tutelaban sus derechos y las dejaban sin la libertad de elegir y a decidir sobre su cuerpo, su vida y sus ideas.

Hace 200 años y 100 en la Independencia y la Revolución Mexicana, las mujeres eran utilizadas para apoyar movimientos sin que los logros se tradujeran necesariamente en beneficios para su género. También eran tiempos en los que las mujeres eran vistos como objetos decorativos, para desenvolverse más en los espacios privados que en los públicos.

Hoy día ¿las cosas han cambiado? Quizá la postura de las mujeres –algunas- frente a estos hechos, no así la actitud de algunos sectores inquisitorios que insisten en continuar con la idea de que las mujeres son menores de edad que necesitan la tutela de un “hombre adulto” hoy representado por el poder del estado patriarcal y las instituciones religiosas que pretenden asumir el control de sus cuerpos y sus mentes.

Hablar de lo que se vivía nos sirve para mirar con ojos fríos que si hoy se celebra que se haya liberado a las mujeres que estaban recluidas acusadas por el delito de abortar es porque las luchas de los grupos femeninos van dando resultados, que representan la fuerza de las acciones colectivas y de las asociaciones civiles que unidas han logrado mucho más que muchas instituciones que sólo están para gastar onerosos presupuestos.

La realidad no ha cambiado mucho, basta revisar que hoy para todos os ciudadanos existe el derecho a la vivienda, la salud, el trabajo, una vivienda digna, pero que el estado no se compromete a garantizar que sea satisfecho y millones de mexicanas y mexicanos continúan viviendo en condiciones de marginación.

Vale mirar hacia atrás, establecer paralelismos, revisar lo avanzado, evaluar con objetividad si realmente a 200 años de una mexicanidad, las mujeres de este país pueden celebrar que hace apenas 57 años se les haya otorgado el derecho al voto pero que hace apenas un año haya habido un fenómeno denominado “las juanitas” que renunciaron a sus espacios en la Cámara de Diputados para cederle su lugar a los hombres que figuraban como suplentes.

Cada que se ha dado un paso hacia adelante, se dan otros dos ó tres para atrás, esa es una realidad y cada día se refleja en la pérdida del ejercicio pleno de la ciudadanía, en el retroceso de los derechos humanos y la cesión de los territorios de la voluntad, la intimidad, el derecho al libre tránsito y a la autodeterminación.

Para algunos ceder y permitir la intromisión del Estado es una garantía de protección, sin atender que si hoy día se vive un estado de riesgo constante, amenaza y creciente delincuencia organizada, se debe precisamente a la ineficacia de las autoridades y al Estado fallido que no ha sabido garantizar a la ciudadanía la seguridad y la protección de sus derechos, en cambio creando y construyendo un andamiaje de condiciones que le quitan –a los ciudadanos y ciudadanas- el ejercicio de sus derechos para que el Estado haga frente a los criminales. Círculo vicioso en el que siempre pierden los ciudadanos y los derechos humanos.

Sí, hay que celebrar los 200 años de un momento histórico que cambió la configuración política del territorio de este país que existía desde antes, de una nación en la que hay pueblos originales con más de 3000 mil años de historia, con culturas ancestrales y tan antiguas como la humanidad misma, que orgullosamente configuraron lo que hoy es México: las naciones mayas, olmecas, mexicas, toltecas, entre otras.

¿Y qué tiene esto que ver con las mujeres? Todo, precisamente que el reconocimiento a las divergencias, a las diferencias entre uno y otro género, nos obliga y nos invita a entender que somos un país con grandes diferencias que nos hacen una rica pluralidad en la que debemos aprender a vivir y a convivir con tolerancia, o de lo contrario nos condenamos a ser iguales que los líderes políticos que han asfixiado y sangrado a esta nación con sus discursos vanos, intolerantes y que alientan más a las divisiones y las diferencias que a la suma y la unión.

No es necesario celebrar desde falsos nacionalismos, desde estériles e inútiles discursos que ensalzan falsos logros, sino celebrarlo desde la conciencia de los pasos que hemos dado como sociedad, como mujeres y hombres en un país en el que a diario mueren muchas personas a manos del crimen organizado, donde conviven las más grandes y absolutas riquezas frente a las más tristes y agobiantes de las pobrezas, en una nación donde la historia, la cultura, la tradición y toda la riqueza se sintetiza en los alimentos como en un ritual prehispánico, que ser mexicanos es ser maya, ser mestizo, ser mexicano como una identidad que hoy se nos erige para identificarnos a todos los que vivimos en este territorio en el que nuestros derechos son desde la Independencia y la Revolución, los motivos de la lucha día a día.

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