El tendedero

martes, 29 de mayo de 2012


 “Yo quisiera cambiarme a mí, ser otra, poder hablar y decir las cosas que siento”.
“El, me decía, tú no eres nada sin mí”.
 
Argentina Casanova/Ponencia presentada en el X Encuentro Iberoamericano de Comunicación y Género, La Habana, Cuba.
 
Las frases con las que inicio, a manera de epígrafes, son voces de mujeres de México; en lo cotidiano las mujeres  viven con la violencia como parte de sus vidas, la cual no sólo proviene de sus parejas, también de los hijos o hijas, de las instituciones y la comunidad, bajo formas algunas veces sutiles y otras directas sin el respeto a los derechos y sin capacidad de ejercerlos, intrínseco en un sistema patriarcal que se garantiza su continuidad en discursos religiosos judeocristianos, políticos y mediáticos. 
 
La identificación de la violencia como parte de la vida no es algo sencillo, no sólo para las mujeres de los pueblos originales donde es común la  normalización de la violencia, que lo mismo se da entre grupos de mujeres rurales que en zonas urbana, subyugadas o empoderadas.
 
Las mujeres afrontamos condiciones identificadas como la Invisibilidad y cosificación. Al respecto:
 
La invisibilidad, no se da solo al interior de las comunidades indígenas (los hombres que no ven las necesidades de las mujeres), sino cobra una mayor agudeza cuando se da en las instituciones y desde las “otras comunidades” urbanas, sub urbanas o rurales no indígenas. La consecuencia real es la “doble marginación”, “pobreza con rostro de mujer” “la triple jornada”, etc. Se habla de las mujeres indígenas con escaso interés de conocerlas y escucharlas: las instituciones se escuchan así mismas y se creen sus discursos de lo que “creen” que ellas necesitan.
 
Si la invisibililidad implica no ver los matices de la personalidad femenina, la cual se obvia, llegamos al punto de no verla más que en un plano sexual-cosificado. 
La cosificación pues, nos refiere a que se la ve en la historia pero no en toda su dimensión, sino parcialmente.  Se la ve en una presencia dual: como mujer joven con poder reproductor-sexualizada/madre  y cuidadora-desexualizada. 
 
Solo con las cualidades de la cosa: “cosita preciosa” escuchan en la calle las mujeres sin alterarse, y con la indiferencia de quien lo enuncia. Ella misma naturaliza esa “cosificación” en las dimensiones de lo sexual-visual. Objetizar a la persona.
 
La realidad de las mujeres de México, y –del mundo-,  me queda claro luego de ver el vídeo documental que nos fue presentado ayer- es que las mujeres afrontan una condición más que identifico como Nulificación: –entendido como una negación-privación de toda condición humana y condición incluso de substancia-. 
 
No es que se la sustraiga de la historia (invisibilizando sus aportes) o se invisibilicen aspectos de ella, sino que desaparece por completo cualquier indicio de esencia, son las reduce a menos que nada. A ellas, las vejaciones y negación del acceso a los derechos se presentan de manera natural, en una forma de vida en la que la violencia de género está naturalizada.
 
“Eres una pendeja, no vales nada, sin mí no eres nada”, son frases comunes y constantes no sólo para las mujeres de origen maya, también lo es para las mazahuas o podría ser de cualquier grupo o comunidad. La frase la retomo del videodocumental “Otra forma de ser mujer”, producido por la Conavim (Comisión Nacional de Atención a la Violencia hacia las Mujeres (SEGOB) (digresión al vídeo, parte donde la mujer dice yo no era nada)
 
 
En el proceso de normalización de la violencia intervienen factores como: los medios de comunicación, la cultura, las costumbres y la interiorización de los roles, y la nulificación.
La distinción de la “cosificación” entre el de la “nulificación”, nos permite identificar una forma contundente, agresiva y evolucionada del patriarcado en su forma más radical, para el cual utiliza como brazo ejecutor directo el machismo moderno y cuyo resultado es la indiferencia a la violencia estructural hacia la mujer.
 
 
“Sin ti no soy nada”
“yo no valgo nada sin él”
 
La nulificación, tiene dos direcciones, no sólo viene del Patriarcado sino que la inserta en la mujer y es ella misma la que lo consolida al enunciarlo y proyectarlo hacia el exterior. Está imbricado en el decir femenino que no hace sino reproducir el discurso patriarcal cuando dice “yo no soy nada”.
Testimonios de grupos de mujeres violentadas o en entrevistas individuales, se repiten las frases: “él me decía: tú no vales nada, no eres nada sin mí”, constante en las declaraciones de las mujeres que viven violencia ante los ministerios públicos, quienes –tras oírlo”- “no encuentran explicación del por qué las mujeres no pueden salir de esos círculos de violencia, cuando esa postura ya supone que no son capaces de percibir en ellas la negación absoluta de una personalidad, son una voz que sólo es capaz de replicar el discurso patriarcal en su más aguda forma y su enunciación es en sí misma la prueba de la violencia.
La violencia es por sí misma la intención de convencer a las mujeres de lo que el hombre patriarcal y machista piensa de ellas, hacerlas creer lo que ellos tienen para decirles: “no eres nada”, “estas loca”, “eres estúpida”, y que encontró eco en millones de mujeres que asumen esos discursos como medida de sus propias vidas (nulificándose), en tanto que aquellas que osan hacer caso omiso a ese discurso no hay alusiones a ellas, se las ubican al otro extremo en la “mujer mala” o simplemente no existen (nulificadas).
 
 
Hablarnos, enunciarnos
 
La frase constante de muchas canciones que las propias mujeres cantan en los sitios de reunión público, frases cotidianas, refranes, dichos, construcciones culturales que se reflejan a través del sexismo en el lenguaje que ya de por sí ha invisibilizado a las mujeres al punto de suprimirlas de identidad con el falso genérico “hombre” como sinónimo de persona.
 
La mujer no sólo habla por sí misma, cuando lo hace reproduce ese discurso que le es dado, es el discurso en el discurso enunciado dentro de otro enunciado, pero al mismo tiempo es discurso sobre otro discurso, enunciado acerca de otro enunciado (Volochinov, 1992, 155).
La palabra, en términos de Mihaíl Bajtín, no es inocente se enuncia con todo el peso social de quienes la han enunciado antes, por eso cada vez que la sociedad utiliza la palabra “puta” para ofender está reproduciendo toda una intención social y cultural de hacer ya no de la condición de quien ofrece servicios sexuales sino de equiparar la palabra a un sinónimo de mujer con características específicas desde una relación dicotomíca buena-mala, la que se sale del parámetro de mujer buena que cumple con el decálogo de requisitos fijados por el patriarcado para ser una “mujer ideal”, la que está no se concibe ni se visualiza en posible condición de superioridad frente a los varones.
 
¿Qué nos puede ayudar a entender el proceso de despersonalización de la “víctima” de violencia, para que pase a la etapa de “sobreviviente”? proceso que viven muchas mujeres y en general víctimas de la violencia de género o de trata. 
 
1.- Un claro ejemplo de la condición nulificante del patriarcado hacia la mujer y las niñas así como la explotación sexual mediante la subyugación y el control de la pareja que nos deja ver el cómo una persona puede aceptar vivir bajo condiciones de maltrato, tortura sicológica y física, humillaciones y vejaciones y mantenerse junto a esa persona que los infringe, algunas veces por un vínculo amor-odio en el que predomina la ausencia de un valor propio que haga –a la víctima- verse con posibilidades de mejores condiciones de vida.
 
2.-Así como en algunos casos por el miedo al sujeto subyugante, tal como ocurre en los casos de mujeres que conviven con parejas infieles, violentas, que las ofende, no les brindan sustento o las privan de la maternidad, la sexualidad, mutilación, intentos de privación de la vida, etc.
 
3.- Otro caso es por un estado de abandono de sí como ocurre en las víctimas de trata.
 
El proceso es muy complejo y no en vano es un término que hemos ido tejiendo y alimentándolo desde distintos enfoques y vamos perfilando desde una realidad que nos da múltiples formas que se ajustan a esta propuesta de categoría.
 
La nulificación institucional
 
Las mujeres violentadas reproducen el discurso patriarcal que las nulifica, desde el término más simple de decir “él dice que yo no valgo nada sin él”, hasta complejas formas que entrañan al sistema jurídico de un país y que se reproduce e inserta en una voz femenina reproductora de ese discurso patriarcal nulificante: cuando nos dicen: “si lo denuncio no pasa nada, a mí me piden que yo pruebe la violencia”; o en el caso de las víctimas de violencia sexual: “me preguntaron porque no fui a denunciar inmediatamente y por qué me bañé, cómo iba vestida y si yo hice algo para provocarlo”, 
En ausencia del “otro” nulificador, es la reproducción de su discurso el que vale para las autoridades, ella es sólo la necesaria reproductora de ese discurso.
Aun más hay otros casos como el de las mujeres que se defienden acusadas de homicidio –numerosos casos- en los que a pesar de que vivían bajo violencia cotidiana los fallos les son adversosn sin una mirada que considere esas condiciones particulares, esto es precisamente el códigos de la nulificación desde el sistema mismo cuando le toca fijar el valor puede tener la vida de una mujer si en opinión de los jueces su agresor no merece ningún castigo y se le libera? 
El mensaje es grave, sobre todo en una sociedad machista-patriarcal y excluyente de las mujeres como personas. El mejor ejemplo lo tenemos en los casos de feminicidios en los que, ante la ausencia de voz de la víctima para los jueces los escenarios de prueba el mejor testigo tendría que ser el cuerpo torturado de la víctima. Pero no es así.
El mensaje que se construye a partir del fallo en el que el sistema judicial se basa en el derecho a la “presunción de la inocencia” del agresor y termina en gran medida por nulificar los derechos de la mujer fallecida, en todo momento el discurso se articula a partir de los “derechos humanos” que le conceden al hombre su “derecho” a una defensa justa y que apele a que no la asesinó directamente, es decir no utilizó un arma, no le disparó, no le enterró un cuchillo cuando ella muere por los golpes.
El cuerpo de ella, sin embargo, habla, (otra vez el reíficado cuerpo femenino) presenta huellas de tortura y documentadas por el ministerio público en fotografías, pero también de cartas, diarios, cuadernos en los que la víctima escribía el tormento que vivía. 
Entonces saltan otros mensajes que quedan sobre la mesa ¿cómo es posible que nadie haya denunciado las condiciones en las que vivía esta mujer? ¿Cómo es que ella no pidió ayuda? Muchos otros casos. Porque vivía en condición de nulificación ante sí misma?
La realidad es que la voz de la mujer: “ella no es nada”, es decir la suma y a la vez la reducción de la esencia misma de la nulificación femenina. Esa voz que a diario repiten las mujeres que se ven a sí mismas en condiciones de sumisión, abusadas y violentadas y sin posibilidad de salir “yo sin él no soy nada” pero es una conclusión a la que llegan por todos los códigos a su alrededor, por todos los mensajes construidos a partir de los medios masivos, de la publicidad, el sexismo en el lenguaje, los discursos políticos, la cosificación y las leyes o la perspectiva de quienes la administran.
En una sociedad en la que las mujeres saben de antemano que ir a denunciar implica afrontar a un sistema que no las ve o las cree responsables de permitir todas las formas de violencia contra ellas.
 
Es a partir de identificar este concepto, surgido desde la observación durante entrevistas con mujeres víctimas de violencia, como ha sido posible plantear su deconstrucción; desde la ausencia a la identidad, a la integración de una personalidad, un yo femenino a partir del lenguaje; de la imagen que tenemos de nosotras mismas y el ideal del cuerpo femenino labrado desde el exterior a uno propio, los hábitos y las referencias a nosotras mismas, lo que oímos, lo que vemos, y lo que interiorizamos pero también la búsqueda hacia el interior de la voz del inconsciente femenino enuncia y cómo se enuncia en el cuerpo.
 
 
 
La Habana, Cuba

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